
El escritor decide abordar un nuevo tema en la ciencia ficción.
El contagio de enfermedades mediante radiofrecuencias.
Imagina personas devastadas por sólo responder el teléfono celular.
Supone que la novela puede iniciar en un laboratorio donde se enferma a un simio situado
día tras día frente a una televisión.
Un mal venéreo directo al tuétano o al iris del infortunado espectador.
El asesino invisible y perfecto.
Un cáncer que viaje oculto entre las señales de telecomunicaciones hasta impactarse
en el grupo social que pretende infectar.
El proyecto le entusiasma, aunque bien sabe que la realización será un tanto complicada, pues no conoce gran cosa de radiofrecuencias ni de enfermedades.
Llama a su editor que responde vocinglero como siempre.
Catorce minutos después consigue comunicarle el nuevo proyecto.
A cuatrocientos kilómetros de distancia el rechazo se incrementa hasta retumbar en el oído
derecho del postulante.
Queda sordo un par de minutos.
Lo recibido es tan intenso y creíble que el escritor decide cambiar el desarrollo argumental que apenas iniciaba. Anota en el margen de su primer esquema que será mejor asesinar a los indeseables
Queda sordo un par de minutos.
Lo recibido es tan intenso y creíble que el escritor decide cambiar el desarrollo argumental que apenas iniciaba. Anota en el margen de su primer esquema que será mejor asesinar a los indeseables
con sonidos amplificados de acuerdo a la voluntad del emisor.