
Y de repente apareció el Heredero de Adán, portador del sello de Dios, que había permanecido en el antiguo mundo en nombre de las doce tribus y por encima de los siete sellos y las siete plagas, a la manera de Cristo;
y el arcángel Miguel, que había luchado contra el Dragón en el cielo, me dijo:
«ven porque así lo que veas debe ser observado»,
y entonces el nuevo hombre muerto en carne habló, y con un gesto del querubín
me fue prohibido recoger lo que dijo.
Y en el fin de los tiempos el Heredero subió al trono celeste, y encontró que el trono arcoiris del Señor estaba vacío, así como los veinticuatro tronos de los veinticuatro ancianos.
El arcángel le indicó que el trono era ahora su trono, y tocó la trompeta, dando por cumplido el misterio de Dios.
Y con voz de trueno dijo: «he aquí que nacen nuevas todas las cosas, pues el Cordero puso fin a su existencia por amor a su propia Creación y para perdición de Satanás».
Y el nuevo Dios se vio confundido, pero al sentarse en el trono su rostro se volvió dorado
y conoció que ese era el plan desde el principio.
El arcángel se acercó a mí y me dijo: «lo que ahora oyeres debes escribirlo pero no revelarlo,
así es como debe ser.
Habrá otros Dragones, y otras Babilonias, pues así lo quiso el Señor,
y el Señor anterior a mi Señor».
Tras lo cual el hombre miró a la nueva tierra, y pronunció solemnemente:
«hágase la luz», y hubo luz.