LOS
CACTUS Y YO...

Durante años rechacé a los cactus.
Los veía
como algo amenazante, que podía dañarnos
tanto a mí como a algún ser querido.
Ni hablar de lo estético. Nunca pude
ponerles otro adjetivo que no fuera “feo”. Varias veces, mis amigas o
familiares quisieron regalarme algún ejemplar
y me he negado a recibirlo, poniendo la excusa
que mis hijos o mascotas podían lastimarse.
Con el paso del tiempo, comencé a
observarlos…
Mi visión y opinión sobre ellos cambió.
Me
informé y supe que algunas versiones cuentan que los cactus fueron creados como
el resto de las otras plantas: con hojas.
Pero debido al ambiente en el cual
debían desarrollarse y vivir, por evolución, transformaron sus hojas en
espinas.
Además se fueron dotando de la capacidad para almacenar agua en su
interior, para hacer uso de ella en tiempos de sequía.
Cambios y
transmutaciones necesarias para seguir viviendo.
Aún no sé si es verdad o
leyenda… Pero poco importa.
Una vez al año, llegando la primavera, los
cactus florecen y algunas personas – entre las cuales me incluyo – se maravillan
ante tamaña belleza.
Ellos despliegan variados diseños y explosión de colores, como
si estuvieran homenajeando a la Vida…
Siempre me pregunté, sintiendo emoción:
¿Cómo
algo tan feo, tan agresivo (porque así los veía yo) puede dar algo tan
hermoso?... Y tan efímero, ya que las flores sólo duran un día.
Belleza. Eso es lo que el cactus brinda después de un año de trabajo,
de calor durante el día y frío por la noche.
A pesar de las inclemencias del
tiempo.
Luego de su esfuerzo por sobrevivir en un medio árido,
regala belleza… A pesar de todo.
¿Por qué el escrito se titula “Los cactus y
yo”?
Porque siento que somos como ellos.
A veces mostramos nuestras espinas, pero
sólo por el dolor vivido…
No queremos que nada ni nadie nos vuelva a
dañar.
Nos ponemos una coraza, escudo,
armadura
-como quieran llamarla-
y salimos a la vida…
Pero en el interior somos
tiernos.
Dentro nuestro hay mucho amor para dar, para ofrecer.
El “agua” que reservamos son las
enseñanzas, lo compartido,
las vivencias en los grupos, la contención a los
otros, lo que leemos
y luego transmitimos.
El agua nuestra es “eso” que tenemos
acopiado para los tiempos duros, difíciles… Para los días aquellos en que los
recuerdos -
como dice la canción - “nos ponen contra la pared”.
Nuestras flores son:
- El trabajo que
hacemos con nosotros mismos,
- El tender una mano
al que sufre,
- Las obras que
hacemos en honor a nuestros hijos,
- La alegría del
deber cumplido,
- La sonrisa, la risa
o la carcajada del prójimo,
- Los abrazos, donde
desaparecen los cuerpos y sólo se conectan los corazones y las almas,
- Las palabras de
quienes recuerdan a nuestros hijos con tanto amor…
Somos como los cactus… Nos adaptamos,
aunque duela,
a la nueva vida que tenemos.
Nos transformamos….
Y nunca más
seremos los mismos, pero estamos de pie,
aprendiendo a vivir con lo que
tenemos.
Los cactus me enseñaron que:
- Nunca debo juzgar a
ningún ser vivo por su apariencia.
- No debo hablar de
aquello que no conozco.
- Nada ni nadie me da autoridad para decir que
algo es feo, bello o normal.
- Hay que ser
paciente para ver resultados, aunque estos duren un día… ¡Disfrutemos de ellos!
He leído que en diferentes
culturas regalar o adquirir CACTUS tiene
como significado DESEAR FORTALEZA ANTE LAS DIFICULTADES.
Por eso hoy, les regalamos estas bellezas…
Y son
todos distintos, como lo somos nosotros.
Seamos fuertes, evolucionemos,
transmutemos, hagamos las transformaciones que sean necesarias, florezcamos,
demos fruto…
Y ¡VIVAMOS!, que aún se espera mucho de nosotros.

¡SI A LA VIDA!
Lissy
Avenali
Lissy
y Eduardo, papás de Julieta,
en el IV Aniversario
de Renacer Sunchales.
Mayo 2013.
Mayo 2013.

