El probar o no la realidad es una ilusión sorprendentemente difícil.
No es que los filósofos sean insolentes cuando describen el enfoque ingenuo que la mayoría tenemos de la realidad. Después de todo, cuando los filósofos cruzan la calle de camino al trabajo, tienden a aceptar implícitamente, como también lo hacemos el resto, que hay una realidad externa independiente de nuestras observaciones.
Pero en el trabajo se preguntan, si hay una ¿cómo lo podemos saber?
En otras palabras, la cuestión ¿qué existe? se reduce, en lo que toca a cuestiones prácticas de la filosofía, a cuestiones como qué queremos decir por “saber”.
Hace ya 2,400 años que Platón definía “el conocimiento” como “la creencia verdadera justificada”.
Pero examinar la justificación o la verdad en las creencias nos lleva a nuestras percepciones, y sabemos que éstas nos pueden engañar.
Dos milenios después, René Descartes decidió trabajar en lo que sabía que era cierto.
La legenda dice que se subió a una gran estufa para dilucidar en un ambiente solitario y cálido.
Emergió declarando que lo único que sabía era que había algo dudando de todas las cosas.
La conclusión lógica de la duda de Descartes es el solipsismo, la convicción que todo lo que existe es la conciencia de uno. Es una idea difícilmente refutable.
El famoso farol de Samuel Johnson a la respuesta sobre la realidad de los objetos “Entonces lo rebato”, no se aguanta en aguas filosóficas. Tal como Descartes apuntó un siglo antes, es imposible saber que no estamos soñando.
Tampoco nadie ha tenido mucha suerte desgranando el asunto de la dualidad -la idea de que la mente y la materia son distintas-. Una respuesta es que solo hay materia, haciendo que la mente sea una ilusión que procede del trabajo neuronal. La visión opuesta es el “pampsiquismo”, que atribuye propiedades mentales a la materia.
Como dijo el astrofísico Arthur Eddington en 1928: “Las cosas del mundo son las cosas de la mente…no son extrañas en su conjunto a los sentimientos de nuestra conciencia”.
Por otro lado, los lógicos más rigurosos como Willard Van Orman Quine de Harvard han abandonado el búsqueda de las bases de la realidad y han preferido posiciones “más coherentes”.
Dejando al margen la noción de la pirámide del conocimiento, han argumentado: pensemos en una balsa compuesta de nuestras creencias, una web de algas marians de frases sobre la percepción y frases sobre frases sin base en nada más que en la suspensión suficientemente anexa y sólida para ponerse a navegar.
O incluso para ser un universo.
Esta idea es circular, y además se hace trampa dicen algunos críticos de la rama fundamentalista.
Nos lleva de nuevo a la sospecha de que en realidad no hay una realidad independiente de nuestras observaciones.
Pero si la hay, ¿Cómo podemos saberlo?