Denes se deslizó sobre los húmedos adoquines de la ciudad, acortó camino por oscuros corredores, evadió a una jauría de perros callejeros y se dirigió a los cerros boscosos ubicados en la periferia de la gran urbe.
Como todas las noches trepó al árbol más alto, un alerce de tronco retorcido y hojas negras, y se sentó a observar la noche, silencioso y pensativo. Estuvo así un rato hasta que lo distrajo una silueta gris que se movía con lentitud al nivel del suelo.
Curioso, como todo gato, Denes bajó del árbol y siguió a la silueta que resultó ser otro gato, aunque este parecía mucho más viejo y maltratado por la vida.
—Buenas noches —dijo Denes con cierta cautela.
El gato gris no pareció oírlo, como si todos sus sentidos estuvieran pendientes de otra cosa.
Cuando se percató de la presencia de Denes sus ojos se abrieron por la sorpresa. Entonces le preguntó, como si llevara días extraviado:
—¿Que lugar es este?
—La ciudad de Nyathar —le respondió Denes con naturalidad—.
¿Estás perdido, acaso?
—¿Perdido? —dijo el gato más viejo al tiempo que se sentaba—.
Un gato está perdido cuando tiene un lugar al que llamar hogar, pero yo nunca he conocido uno.
He vagado por incontables países, algunos hermosos, otros asolados por la corrupción y la pobreza, y en ambos he conocido el hambre y la sed —entonces sus ojos volvieron a abrirse exageradamente—.
¿Tendrías, por caridad, algo que dar de comer a este viejo gato?
Denes asintió con la cabeza y se apresuró hasta una pescadería cercana, donde acostumbraba robar comida durante las noches. Volvió con un apetitoso filete de salmón en el hocico y se lo ofreció al gato gris.
Este devoró el alimento con avidez, mientras Denes lo observaba.
Cuando hubo terminado dijo:
—Muchas gracias. El hambre y el cansancio pueden volver a un gato un animal grosero y poco confiable.
Mi nombre es Moses.
—Yo soy Denes. ¿Que destino te trae a la ciudad de Nyathar?
—Un destino infausto: el de alguien que está condenado a buscar una quimera, un lugar que parece existir solo en los sueños de los viajeros.
—¿Y que lugar es ese?
Los ojos de Moses brillaron intensamente tras aquella pregunta.
—El mejor lugar donde un gato podría desear vivir.
Cuando mi padre era joven, escuchó hablar de un pueblo donde los gatos somos tratados como Dioses y los hombres no osan levantarnos la mano: la tierra de Ulthar. Desde entonces mi padre la buscó infructuosamente, cada día de su vida, pero jamás la encontró. Ahora yo sigo sus pasos.
Denes, que había escuchado silenciosamente la historia de Moses, le dijo:
—Toda mi vida la he vivido sin un verdadero propósito, esperando las noches para soñar despierto, huyendo de la ciudad y sus luces artificiales. Ahora siento que si continúo en este lugar no seré más que un gato callejero cualquiera que morirá en un sucio callejón.
¿Qué acaso los gatos no podemos soñar, como lo hacen los hombres?
—La realidad está hecha de sueños —le dijo el gato gris.
—¿Puedo acompañarte en tu búsqueda, Moses?
—Ya he tenido otros compañeros antes, pero todos me han abandonado.
Si crees que tienes la voluntad necesaria, puedes caminar conmigo.
Y apenas hubo pronunciado estas palabras, el viejo gato gris reanudó su marcha, pero esta vez una silueta más joven y ágil seguía sus pasos.
—¿Qué es lo primero que harás cuando encontremos Ulthar?
—preguntó Denes mientras caminaban bajo el cielo estrellado.
—Retozar con una gata más joven —respondió Moses—, dormir la siesta en alguno de sus tejados y luego buscar un buen sitio donde morir—.
Dicho esto se perdieron entre los árboles, ambos impulsados por la búsqueda de la maravillosa ciudad de Ulthar.