jueves, 1 de agosto de 2013

La condesa y el caballero - Breves no tan breves...


Carcomido por la impaciencia, Arnulfo vaga por los alrededores del castillo. 
¿Acaso la miel del amor empieza a serle esquiva?
 ¿Es posible que un nuevo capricho de la condesa lo prive, una vez más, de su presencia?
 Sabe que se ha comportado como un asno durante la fiesta, arrojándose sin miramientos sobre el escote de una dama que ofrecía generosamente sus glándulas al primer atrevido dispuesto a propasarse, pero eso no impide que esté triste. 
¿Y si fueran ciertos los rumores acerca de que Ariadna Languedor ha sido vista con Tarzán?
 La sola idea de que semejante acontecimiento haya acaecido multiplica su angustia. 
Y, para colmo de males, hace varios meses que no cobra la jubilación a causa de un error burocrático, por lo que no tiene dinero ni para comer algo de pan y beber un poco de vino. Gruñen las tripas de Arnulfo. 
Anochece. La condesa sigue sin aparecer. De pronto, como un vendaval, una figura se balancea entre los árboles, toma impulso y alcanza la almena más baja del castillo. Arnulfo, desesperado, sobrepasada su capacidad de soportar padecimientos, se clava la espada en el estómago. Cesa el gruñido de las tripas. 
Bongo, el orangután que el Tigre de la Malasia le trajo a la condesa desde la selva de Borneo, desciende cauteloso la muralla, se detiene ante el cuerpo sin vida del caballero y se rasca la cabeza.
—¿No me prometió una exótica mascota?
 —dice en ese mismo momento la condesa.
—Debe estar llegando —replica Sandokán. 
Ofrece el brazo y Ariadna sonríe.