jueves, 14 de noviembre de 2013

Aquel zapato y los gatos...


Unos gatos merodeaban la noche, maullaban su amor a la luna en aquel barrio de un pueblo que bien recuerdo. 

Mi padre que entonces era joven y fuerte, una noche les tiró un zapato para que se callaran un rato y dejaran dormir al vecindario. Y nunca más supe de esos gatos y nunca más me acordé de la mirada de picardía que intercambiaban mi padre y mi madre cada vez que contaban la historia del zapato de aquella noche de luna.

Después nos cambiamos de casa a otra más grande y después a otra y así sucesivamente hasta que nos vinimos a vivir a Santiago primero y tuvimos un departamento en el que nos estacionamos un lapso más largo, 
más aciago también.

 Debe ser que con el tiempo se recuperan los recuerdos de la infancia, una manera como tantas otras de hacerle una gambeta a la muerte que llega al galope.

Una mañana volví a la casa aquella.
 Pero no sentí nada especial. No salió ningún muchacho de primer grado, delantal blanco rumbo a la escuela ni ninguna otra persona joven que, aunque de lejos, me recordara a mi padre, a mi madre o aquella historia de amor que seguía creciendo bajo el cielo en que sucedió la infancia. 
Anduve en la escuela, entré después de la última hora, repasé aulas que tampoco me decían nada.

El alma del pueblo aquel había borrado esa emoción que creí que sentiría el día que regresara.
 Anduve dos o tres días dando vueltas, me alojé en un hotel barato y pregunté a unos viejos qué había sido de mis compañeros de la escuela. Nadie supo darme noticias, salvo de uno o dos que ya no vivían ahí.

Aunque parezca cuento, lo único que quedaba de ese tiempo, pegado a aquel barrio de ese pueblo de cuyo nombre no quiero acordarme, era un gato blanco sobre el techo de esa primera casa de ese barrio humilde en que mis padres consumaron su juventud. 

Quizás fuera descendiente de los que azoraban el sueño de mis mayores en noches de luna regadas por el amor.

Quién sabe si una fobia a los zapatos no le turbaría los sueños a ese gato sin saber por qué, lo mismo que a mí, que siempre les he tenido miedo.

Qué sabrá ser.