A la muerte le gustó esa casa y esa piel y dijo, "bueno, ahí me quedo".
Así es la muerte y no importa si es martes o qué sé yo qué día.
Los de este lado nos decimos cosas que no tienen mucha coherencia, para variar.
La muerte dice "tal hora tantos minutos" y los anota en la mente de las gentes. Los de este lado nos solemos poner tristes o con cara de solemne desolación.
La cuestión es esta: uno no se pone triste por la muerte en sí. Nadie se puede poner triste por algo que no sabe lo que es.
La muerte dice "tal hora tantos minutos" y los anota en la mente de las gentes. Los de este lado nos solemos poner tristes o con cara de solemne desolación.
La cuestión es esta: uno no se pone triste por la muerte en sí. Nadie se puede poner triste por algo que no sabe lo que es.
La tristeza viene desde otro lado.
Si te dicen "falleció", quizás no caes en la medida de lo que es "fallecer", morir, no sabés, la definición no científica de esa palabra nadie la puede formular.
Pero cuando entrás en su casa y esa persona no está, la muerte se hace presente minuto a minuto, el aroma cambia, la sombra que sentís te invade, no está, no está y es diferente a un abandono, a una pelea, a un viaje.
Es distinto porque no tiene retorno, al menos en esta vida.
Y la muerte toma forma, color y movimiento, y acompaña recuerdos que saltan a la primera conciencia como visiones elementales y vívidas.
La muerte dice "ya está", pero los de este lado lloramos la ausencia física, la voz, las manos, la risa, los cabellos; en el fondo, la muerte es un hecho o un concepto del que sólo conocemos el nombre: muerte. Nada más.
Los de este lado no soportamos que la presencia espiritual de esa persona que siempre estuvo acompañada de la presencia física, a partir de ahora se quede sola... Que a partir de ahora no llame más por teléfono, no tome más amargos, no llame al perro con silbidos, no encienda la radio todas las mañanas.
No digas "cuando yo me muera, no me llores".