Sus padres biológicos murieron en un accidente de tráfico mientras él estaba en clase de equitación. Un fallo en los frenos del coche les impulsó al precipicio, camino de su casa en la montaña.
Tenía doce años y a nadie más en el mundo.
Cuando, seis años después, la policía llegó para anunciarle que sus padres adoptivos habían muerto en el naufragio de su yate en el Mediterráneo, él estaba en el examen de selectividad de septiembre.
Cuando, seis años después, la policía llegó para anunciarle que sus padres adoptivos habían muerto en el naufragio de su yate en el Mediterráneo, él estaba en el examen de selectividad de septiembre.
Se había despedido de ellos dos días antes, dejándoles en la isla y prometiéndoles que volvería con un aprobado.
«No puedo olvidar que he de deshacerme de todos los manuales de mecánica en cuanto llegue a casa» pensó –sin un pellizco de compunción–,
«No puedo olvidar que he de deshacerme de todos los manuales de mecánica en cuanto llegue a casa» pensó –sin un pellizco de compunción–,
bajo el calor metálico de la meseta, mientras calculaba –grosso modo-
el monto total de esta segunda herencia,
que le permitiría vivir sin trabajar el resto de su vida.