“Balancearse en un vuelo breve vuelo. Respirar.
Dejarse caer sobre otros copos, arrebatarles con cariño el frío del alma y seguir nevando. O no. Agitar. Levitar en otro vuelo, buscar un tibio pliegue de piel en el lomo del alce y traspasar el cristal de un salto, rumbo a la casa propia de coordenadas desconocidas. Agitar”.
Éste era el pensamiento que ocupaba la mente de Ella mientras envolvía el último regalo del día, ya en el límite de su jornada laboral:
una bola de nieve con paisaje navideño.
Èl le abrió la puerta de la calle al salir y, de nuevo, al entrar, puesto que ella había regresado sobre sus pasos.
Anduvieron hasta el centro y se sentaron a mirar las cosas que pasaban.
Una vez, Ella dijo: "Ya que tienes más ojos que yo,
cuéntame todo lo que no alcanzo a ver".