domingo, 12 de octubre de 2014

(Una) termodinámica del Infierno (3ª parte)


Y como lo prometido es deuda, más aún cuando se está hablando de las Sagradas Escrituras, pasaré a continuación a desvelar el final de esta trilogía que tan ocupado me ha tenido en las últimas dos entradas....

Hasta ahora he venido siguiendo un procedimiento científico, basado en datos o indicios extraídos directamente de algunos pasajes de la Biblia. 

En el primer post de los tres que componen esta magna obra, el modelo propuesto era más tosco, lo cual conducía a la conclusión de que la temperatura del Cielo era claramente superior a la del Infierno. 

Posteriormente, con ayuda de un modelo algo más sofisticado, en el segundo post llegamos a una conclusión totalmente opuesta. 

En este caso, era el Infierno el que se mostraba bastante más calentito que el Cielo. ¿Qué demostraba todo lo anterior? ¿Estábamos aplicando de forma correcta las leyes físicas? ¿Dónde nos estábamos equivocando?

Aunque los podría entretener un buen rato en intentar contestar a las cuestiones previas, yo les daré mi respuesta: ni se molesten, hemos estado todo el tiempo discutiendo estupideces sin sentido.

 Estudiar física utilizando las palabras de la Biblia como disculpa es un entretenimiento completamente ocioso y no persigue otra cosa que la pura diversión, una mera masturbación mental sin ningún propósito.

 Así pues, espero que de este acto soez no brote vástago alguno.

Por otro lado, como el fo… y el cantar todo es empezar, creo que le he aceptado el gusto a esta sodomía descontrolada y continuaré aún un día más con ella. 

De esta forma, si quieren seguir jugando conmigo a esta cochinada les propongo a continuación la siguiente pregunta: 

¿Es el Infierno endotérmico o exotérmico?

Como quizá algunos de ustedes no están duchos en el lenguaje dinámico, les diré que la pregunta anterior hace referencia a si en el Infierno tienen lugar reacciones en las que éste acaba absorbiendo calor o, por el contrario, desprendiéndolo. 

En el primer caso, significaría que la temperatura aumentaría continuamente hasta que el mismísimo Infierno explotase haciéndose añicos, cosa nada deseable ya que la ilusión de mi vida es ver consumido por las llamas abrasadoras a más de uno de esos que se han condenado para siempre al cometer ese pecado capital llamado Plan Bolonia

En el otro extremo, en el hipotético caso de que el Averno se comportase exotérmicamente, el destino de tan deseable lugar sería el frío más helador. 

Sí, ya sé que también se puede desear el fenecimiento de los malvados por congelación, pero suele ser menos dolorosa, te vas quedando somnoliento y puede ser hasta placentero. 

Prefiero que se abrasen.


Bien, discutiré muy brevemente las condiciones que hacen que se puedan dar cada una de las dos condiciones anteriormente expuestas. 

Para ello, de nuevo es preciso hacer algunas suposiciones razonables.
 En primer lugar, admitiré que las almas tienen masa o peso, ya saben, al menos 21 gramos.

 En segundo lugar, una vez que un alma ha ido a parar al Infierno, ya nunca más lo abandona, no tiene ninguna posibilidad de salir de allí, ni siquiera la ínfima probabilidad que le otorgaría el principio de incertidumbre de Heisenberg.

 Por último, y dado que hay varias religiones en el mundo que afirman que todo aquel que no pertenezca a dicha religión está condenado sin remedio a las llamas de las calderas de Pedro Botero, supondré que todo el mundo acaba allí, ya que no tengo ningún motivo para afirmar que una religión tiene más razón que otra. 

De esta manera, como todo el mundo acaba fiambre antes o después, afirmo sin duda alguna que el Infierno irá aumentando exponencialmente su población.

Ahora bien, acudiendo una vez más al modelo del gas ideal, y manteniendo la idea de que el Averno se encuentra a una presión y una temperatura constantes, por fuerza debe mantenerse asimismo constante el cociente entre el peso de las almas y el volumen disponible.

 Si esto no sucediese, volveríamos a las conclusiones expuestas en el cuarto párrafo.

 Efectivamente, sea por un momento mayor el número de almas que entran en el recinto que el ritmo al que se expande y, consecuentemente, se incrementa el volumen o espacio requerido para “acomodarlas” 
(si es que se puede estar cómodo en un sitio como el Infierno, jijijiji…). 

En esta situación, ambas temperatura y presión comenzarían a aumentar, aumentar y aumentar como si no hubiese un mañana y el mismísimo Infierno se convertiría en un ídem, despedazándose por completo

. En el reverso de la moneda, estaría el caso en que el ritmo de expansión superase al aumento en el número de almas nuevas que ingresasen en las filas de Lucifer. 

Esta situación conduciría irremediablemente a un descenso continuo en la presión y temperatura, generándose una nevera de proporciones bíblicas.


CONCLUSIÓN FINAL: Extraerla ustedes mismos. Y ya saben, ante todo sean científicos. Si no lo creen nada de todo lo que aquí se refiere, siempre pueden irse al Infierno, eso sí armados con un buen termómetro.