domingo, 9 de noviembre de 2014

Midiendo la consciencia

Suelo decir que cuando puedes medir aquello de lo que estás hablando y expresarlo en números, sabes algo acerca de ello; pero cuando no lo puedes expresar en números tu conocimiento es precario e insatisfactorio; podría ser el comienzo del conocimiento, pero en tus pensamientos habrás avanzado escasamente a la fase de ciencia, sea la materia la que sea.William Thomson (Lord Kelvin)
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A comienzos del siglo XX hubo personas que se aprestaron a llevar a la práctica esta idea de Kelvin en ámbitos hasta entonces inexplorados. ¿Cómo se podía afirmar que existía el alma si no se había medido? Las mediciones “cuidadosas” de un médico llamado Duncan MacDougall determinaron que el alma pesaba 21 g. The New York Times se hizo eco de la noticia en su edición del 10 de marzo de 1907, granjeando fama secular al médico y, a pesar de que se demostró que era imposible medir con ese nivel de precisión con el instrumental del que disponía, creando una leyenda urbana sancionada repetidamente por Hollywood. Esta es la fuerza de medir.
Hoy día la existencia de un alma inmortal no es más que una hipótesis innecesaria. La consciencia, el yo, no es más que la consecuencia del funcionamiento de un encéfalo modelado por la evolución y sujeto, por eso mismo, a determinados sesgos cognitivos. Y, sin embargo, la consciencia se resiste a ser pesada, a ser medida y, quizás por ello, a pesar de todo el esfuerzo, las discusiones y el ingenio de los investigadores durante generaciones, la neurociencia aun tiene dificultades para definir qué es la consciencia
Pero como lo óptimo es enemigo de lo bueno, puede que exista una forma de medir si una persona es más consciente que otra. Steven Laureys, del grupo de ciencia del coma de la Universidad de Lieja (Bélgica), viene trabajando con el grupo de Marcello Massimini, de la Universidad de Milán, en el desarrollo de formas de medir cómo el encéfalo responde a la estimulación.
En un experimento con sujetos sanos repartidos en tres grupos (despiertos, dormidos y anestesiados) tenían intención de aplicar un pulso electromagnético al cuero cabelludo y observar y registrar la subsiguiente cascada de actividad encefálica.
Este habría sido un experimento más, con un interés limitado, si no fuese porque al grupo se unió Giulio Tononi, de la Universidad de Wisconsisn en Madison, que lleva toda su vida trabajando en la naturaleza de la consciencia (suya es la idea, ahora un lugar común, de que está asociada a la capacidad del encéfalo de integrar información). Para el estudio de Laureys y Massimini Tononi diseñó una herramienta matemática capaz de cuantificar la extensión y la calidad de la respuesta a la estimulación. Los investigadores decidieron ampliar el estudio para incluir sujetos en distintas fases del sueño, distintos estados de salida de coma y distintos anestésicos.
La medida, en forma de índice (índice de complejidad perturbacional, ICP), se obtenía estimulando el encéfalo con un campo magnético en un pulso breve, usando una técnica no invasiva llamada estimulación magnética transcraneal, y registrando la complejidad de la respuesta con electroencefalografía. Los investigadores comprobaron que los electroencefalogramas variaban con los sujetos dependiendo de su estado de consciencia.
El ICP era alto en los sujetos sanos despiertos, pero aproximadamente la mitad durante la inconsciencia inducida por la anestesia y en algunas fases del sueño profundo (sin sueños). El ICP era muy bajo para las personas diagnosticadas como vegetativas. Los pacientes con daño encefálico diagnosticados como estado mínimamente conscientes o síndrome de enclaustramiento presentaban un índice intermedio entre los dos extremos.
Otras aproximaciones al problema, como el uso de señales acústicas en vez de la estimulación magnética solo han demostrado ser útiles para comparar grupos de sujetos, no individuos. Esta es la principal virtud y utilidad del ICP: determinar el nivel de consciencia absoluto de una persona.
El disponer de una medida como el ICP puede, por ejemplo, ayudar a monitorizar el estado de una persona bajo anestesia general, para asegurarnos de que no se vuelve consciente en medio de la cirugía; o, sabiendo que hay pacientes vegetativos que se recuperan con el tiempo, saber cuándo y a qué ritmo reinician la recuperación; o, incluso, puede ser una ventana dentro de la mente de un enfermo de alzhéimer en esa fase de la enfermedad en la que el paciente parece que no responde a ningún estímulo (¿significa esto que no tiene “vida interior”?).
Pero, aparte de las aplicaciones médicas, el ICP también puede ser una medida de la variabilidad de la consciencia en las personas sanas. Todos conocemos personas que se dan cuenta antes de que un coche viene demasiado rápido, o que parecen que están “más despiertas” porque pueden leer un libro y seguir un programa de televisión al mismo tiempo sin olvidarse de que tienen la comida en el fuego.
La cuestión trascendente es: si el ICP es capaz de medir lo bien que las distintas regiones del encéfalo se comunican entre sí sin la participación consciente de los individuos, ¿estamos ante una medición de la consciencia propiamente dicha?
Referencia:
Casali A.G., M. Rosanova, M. Boly, S. Sarasso, K. R. Casali, S. Casarotto, M.-A. Bruno, S. Laureys, G. Tononi & M. Massimini & (2013). A Theoretically Based Index of Consciousness Independent of Sensory Processing and Behavior, Science Translational Medicine, 5 (198) 198ra105-198ra105. DOI:http://dx.doi.org/10.1126/scitranslmed.3006294
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