domingo, 25 de enero de 2015

Ráfaga.


Como un pájaro descolgándose de la manada, la ráfaga de aire aprovechó la inercia del tornado para arrojarse lejos donde no pudiera acosarla misión alguna. O al menos ninguna en particular.

Al principio, la ráfaga recorrió cientos de kilómetros sin esfuerzo alguno, dejándose llevar por corrientes más poderosas que la conducían de norte a este y de este a oeste, turnándose unas con otras. 
Su cuerpo de ráfaga era tan sutil y ligero que podía acomodarse tranquilamente en un viento de poniente sin hacer el menor ruido ni llamar la atención para nada. Luego se pasaba a una tramontana y conocía las costas de una península. Viajaba así la corriente, cómoda y gratis, libre de programas, funciones y razones. libre como quien se ha librado de ir a la guerra.
Su libertad la aprovechaba la ráfaga para hacerle el amor al mundo.
 Ora se enrollaba a un tronco de cedro, ora se dejaba degustar por las copas de los pinos. Cuando quería tomaba altura y se arrojaba contra las colinas de césped, o se paseaba por las cumbres y se acurrucaba bajo un inmenso glaciar.

Una noche la ráfaga vagaba sin rumbo entre las ramas de un bosque. Llegó a un claro y decidió rodearlo para adquirir una experiencia acerca de su tamaño.
 Era un claro enorme. La ráfaga percibió un calor que provenía del claro.
 Se trataba de una hoguera. Las ráfagas de viento no entienden la realidad como la nosotros, de manera que su experiencia de una hoguera pasaba por entrar en contacto con ella. La ráfaga se lanzó hacia la hoguera y pasó silbando entre los troncos de madera que la sostenían. 
Ambos, hoguera y ráfaga, notaron al mismo tiempo el efecto de su encuentro. Estaban hechos el uno para el otro. Volvió la ráfaga a lanzarse contra el fuego,
 pero esta vez se detuvo a danzar con él, cuyas brasas se abrían gozosas y ardientes para iluminar su llegada.
Fuego y aire danzaron aquella noche y la ráfaga conoció el sexo.

Tiempo más tarde la misma ráfaga volvió a percibir calor cerca de ella y corrió a lanzarse de cabeza para avivarlo.
 Sin embargo, por extraño que parezca, esta vez el calor se extinguió en vez de excitarse.
 Como narrador omnisciente revelaré que esta vez el fuego provenía de una vela y que aquella noche la ráfaga conoció la muerte.