jueves, 26 de febrero de 2015

Chemtrails, ¿Por qué nos están Fumigando?


Una mañana cualquiera alzas la mirada al cielo despejado para disfrutar de su azul intenso.
Entonces, te fijas en el paso de un avión que va dejando tras de
 sí una larga y persistente estela blanca.
 Te recreas en la línea y piensas que puede resultar bonita 
en el conjunto del paisaje celeste. 
En cuestión de segundos, ves otra estela que se forma en paralelo
 a la primera. 
Otro avión, piensas.


Mientras observas cómo ambos atraviesan el cielo, descubres en el horizonte una nueva línea que se acerca para acabar cruzándose con las dos que ya ocupan toda tu visión. 

Piensas que es raro ver tres aviones seguidos sobrevolando
 tu pequeña ciudad de provincias. Pero antes de que termines
 tu reflexión, descubres un cuarto avión. 
Giras la cabeza y por detrás de ti vienen dos más, también en paralelo… Al cabo de unos minutos, todo el cielo está lleno de estelas blancas que se difuminan pero que no desaparecen.

 Poco a poco, las líneas dejan de serlo y te percatas de que se están uniendo en una larga nube vaporosa. 

Entonces, algo salta en tu cabeza y te hace recordar otras estelas vistas en el pasado. 

¡Aquellas desaparecían conforme pasaba el avión, no se quedaban perennes formando nubes!

 Cuando vuelvas a mirar, puesto que la rutina diaria te obliga a abandonar tu contemplación, será mediodía y te darás cuenta de que el cielo entero se ha tornado blanquecino.

Esta escena no es posible, al menos oficialmente.

 Desde el 25 de febrero de 2010, los aviones civiles deben ir equipados con un dispositivo que inhibe las tradicionales y naturales estelas de condensación de vapor de agua a que nos han tenido acostumbrados los aviones que surcan nuestros cielos, las llamadas contrails, y que son la justificación que los escépticos dan para tales nubes artificiales. 

Pero a diferencia de los contrails, que se producen bajo determinadas circunstancias climatológicas y a 10.000 metros de altitud, desapareciendo en breve tiempo, los chemtrails son supuestas estelas de contenido químico dejadas por aviones que vuelan a unos tres mil metros de altitud y que terminan por formar una nube del tipo cirro.

Los contrails desaparecen y no forman nubes. 
Además, desde 2010 los aviones disponen de inhibidores para evitar su formación.

Los investigadores de este fenómeno lo atribuyen a una aplicación práctica de la denominada geoingeniería, especialidad consistente en aplicar remedios tecnológicos para superar los efectos del cambio climático. 

Por todos es reconocido que se ha creado un problema climático por la acción del ser humano, pero no que la solución está pasando por combatirlo con medios muy sofísticados para garantizar el actual sistema productivo.

 Se estaría buscando, por tanto, garantizar una temperatura de confort mediante la propagación de nubes artificiales que mitiguen la elevada temperatura que está alcanzando el planeta.

Existe un estudio oficial que se puede consultar íntegro en internet sobre las repercusiones del cambio climático realizado en los años noventa por diferentes academias de investigación estadounidenses en el que se admiten propuestas tales como la fumigación con bario y aluminio para asegurar un cierto control climático.

 Las instituciones que avalan tales estudios de geoingeniería son precisamente las que encabezan las listas mundiales de empresas contaminantes, y buscan soluciones extremas que garanticen poder seguir con el actual sistema de consumo, de manera que se puedan evitar alternativas más naturales y ecológicas que supondrían un cambio radical en el actual paradigma económico y productivo.

Tales ideas no son una novedad, sino que han estado presente en la mente de la Ciencia a lo largo de toda la segunda mitad del siglo XX. Edward Teller, por ejemplo, quien fuera padre de la bomba de hidrógeno y asesor de Reagan para el programa de defensa conocido como Guerra de las galaxias, estaba a favor de inyectar partículas que disgregasen la luz del sol en la estratosfera para evitar el calentamiento global sin renunciar a los beneficios económicos del sistema que causa tales problemas.

Las explicaciones oficiales no existen, así que todo lo que encontramos a través de internet es fácilmente encasillable como “teorías conspiranoicas”, sobre todo cuando nos encontramos con explicaciones tan dispares como que los efectos son prácticamente los contrarios a los aquí explicados, aumentar el calor para favorecer a ciertos sectores interesados en controlar los ciclos de lluvias como, por ejemplo, las industrias energéticas que empiezan a ver en la energía solar un buen filón económico, lo que hace que el común de los mortales tienda a no prestar atención a este fenómeno que, sin embargo, es muy real, hasta el punto de que cualquiera de nosotros puede ser testigo directo del mismo.

Lo único cierto es que sólo hay que mirar al cielo durante cualquier día despejado y desde cualquier punto de un país de los llamados “desarrollados” para darse cuenta de que algo está pasando. Los objetivos son otro asunto diferente y cada cual puede creer a quien mejor le parezca. Pero hay una cosa cierta, y es que, independientemente de la confusión en cuanto a las explicaciones, ello no quita verosimilitud a la existencia de los chemtrails.

 Y no sé por qué me da en la nariz que no puede ser nada bueno.