domingo, 15 de febrero de 2015

El Premio Nobel concedido a Einstein

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En noviembre de 1922 se anunció que el Premio Nobel de Física correspondiente al año 1921 sería otorgado a Albert Einstein por sus aportaciones a la Física Teórica, en especial por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico.
Tras revolucionar la física durante los primeros compases del siglo XX, parecía evidente que Einstein sería galardonado un día con el Premio Nobel. 
Sin embargo resulta chocante que este reconocimiento tardara tanto tiempo en llegar y que además le fuera otorgado especialmente por su descubrimiento del efecto fotoeléctrico.
Para explicar este efecto, Einstein postuló que la luz se transporta en diminutos paquetes, aportando así una semilla que contribuiría al desarrollo de la física cuántica.
 La introducción de este revolucionario concepto supone de por sí suficiente mérito para recibir el prestigioso premio, aunque parece extraño que el Comité Nobel no aprovechara la ocasión para reconocer el mayor de sus aportes: introducir un cambio radical en la forma que tenemos de concebir el espacio, el tiempo y la energía. 
¿Por qué se llegó a esta situación?

La teoría no era suficiente


Se necesitó un tiempo para digerir los nuevos conceptos que traía consigo la relatividad especial.
 La mayor parte de la comunidad científica se mostraba incómoda ante estas ideas y criticaba que su enfoque teórico carecía del debido respeto a las ideas de orden y de absoluto. Por suerte un pequeño grupo de físicos no tardó en tomar nota de los artículos de Einstein, con la buena fortuna de que uno de ellos resultara ser el más importante de los posibles admiradores que podía tener: Max Planck fue el primero en incorporar la teoría de la relatividad a sus trabajos y en contribuir a su desarrollo.
La primera nominación al Nobel vino por parte de Wilhelm Ostwald, quien hizo especial hincapié en el hecho de que la teoría de la relatividad tenía que ver con la física más fundamental, y no, como afirmaban sus detractores, con la mera filosofía. Sería ésta una división de opiniones que se mantendría durante los años siguientes. 
El comité sueco conocía el deseo de Alfred Nobel de conceder el premio al descubrimiento o invención más importante, y consideraba que la relatividad no era exactamente lo uno ni lo otro, con lo que optó por esperar a la existencia de más evidencias experimentales.
 Además en la época los físicos experimentales dominaban el comité y había una tendencia a considerar la precisión en las mediciones el más alto objetivo de la disciplina.
Durante los diez años siguientes las nominaciones a Einstein fueron prácticamente una constante. El descubrimiento de la relatividad general en 1915 provocó que los apoyos comenzaron a ser cada vez más numerosos, aunque aún sobrevivía un grupo escéptico nada despreciable, entre quienes destacaba Hendrik Lorentz.
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El espectacular anuncio a finales de 1919 de que las observaciones del eclipse confirmaban las predicciones relativistas sobre la curvatura de la luz supuso un punto de inflexión que lanzó a Einstein a la fama mundial.
 Esto sirvió para cambiar la opinión de Lorentz, que junto a Bohr y otros nominadores oficiales de la Academia escribió en apoyo de Einstein, centrándose en la ya completa teoría de la relatividad.
Ahora que tenía de su lado a la mayor parte de la comunidad científica parecía que el premio estaba cantado.

La política entra en juego


Hasta entonces las objeciones a la teoría de la relatividad habían sido de un corte científico. Sin embargo después de que llegaran las evidencias experimentales, los ataques adquirieron un toque personal y cultural.
En 1920 el presidente del comité, Svante Arrhenius, elaboró un informe interno explicando por qué Einstein no debía obtener el Premio Nobel. Señalaba que los resultados del eclipse eran ambiguos y aún no se había confirmado el desplazamiento al rojo de la luz procedente del Sol por efectos gravitatorios. Además citaba la fuerte crítica que algunos físicos, en especial el antisemita Philipp Lenard, realizaban a las rarezas de la teoría de la relatividad generalizada, argumentando que no se basaba en experimentos y descubrimientos concretos. Lenard solía catalogar la relatividad como una “conjetura filosófica”, característica distintiva de la “ciencia judía”.
El comité por tanto dejó perpleja a la comunidad científica, dando el premio de 1920 a Charles E. Guillaume por su contribución a la mejora de la precisión de las medidas en Física en su descubrimiento de las anomalías en las aleaciones de níquel y acero.
 Podemos describir el panorama tomando prestadas las palabras de R. M. Friedman: “Cuando el mundo de la física había iniciado una aventura intelectual de proporciones extraordinarias, resulta asombroso ver que los logros de Guillaume, basados en un estudio rutinario y en una limitada finura teórica, se reconocían como un modelo a seguir. Incluso quienes se oponían a la teoría de la relatividad encontraron extravagante la elección de Guillaume”.
Por si esto pareciera poco, en 1921 la situación se volvió aún más surrealista. La obsesión de la opinión pública por Einstein estaba en su clímax y existía una corriente de apoyo hacia él formada tanto por físicos teóricos como experimentales.
 En esta ocasión el encargado de elaborar el informe sobre la candidatura de Einstein fue Gullstrand, un profesor de oftalmología sin conocimientos previos de las matemáticas ni de la física de la relatividad. Gullstrand criticó fuertemente la teoría desde su ignorancia y defendió que no debía otorgarse el gran honor del Nobel a una teoría tan extremadamente especulativa.
 Muchos de los miembros de la Academia eran conscientes de que los argumentos esgrimidos por Gullstrand eran tan burdos como pobres, sin embargo no podían simplemente ignorar la opinión del reconocido profesor. Ante esta situación la Academia decidió dejar el galardón de 1921 desierto por el momento y aplazar la entrega al año siguiente. Esto acentuó aún más si cabe la sensación de que se estaba abofeteando públicamente a Einstein.

La concesión


En 1922 se incorporó al comité un físico teórico, Carl Oseen, quien consiguió resolver el problema. Oseen se dio cuenta de que la relatividad había quedado tan envuelta en polémica que sería mejor adoptar una estrategia distinta.
Propuso entonces que se diera el Premio Nobel a Einstein por el “descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico”, una ley fundamental plenamente comprobada. 
Al mismo tiempo Oseen planteó que si se entregaba el premio de 1921 a Einstein, el de 1922 se podía dar a Niels Bohr por su modelo atómico basado en las leyes que explicaban el efecto fotoeléctrico. De este modo se aseguraba de que los dos teóricos más importantes de la época recibieran el galardón.
La concesión del Nobel por el efecto fotoeléctrico fue una estrategia para regatear a los críticos de la relatividad, pero además esconde una exquisita ironía. 
Resulta que el trabajo de Einstein sobre el efecto fotoeléctrico se basó principalmente en observaciones realizadas por Philipp Lenard, el más agresivo de sus críticos. 
Esto hizo que Lenard se sintiera doblemente insultado: a pesar de su oposición se daba el Nobel a Einstein y, lo que era aún peor, se le otorgaba en un campo en el que él era pionero. 
De hecho Lenard había llegado a proponer una explicación del efecto fotoeléctrico que resultó ser errónea. Tras conocer que finalmente Einstein recibiría el premio, envió una queja oficial a la Academia calificando a Einstein como un judío ávido de publicidad cuyo planteamiento era ajeno al verdadero espíritu de la física alemana.
Philipp Lenard pronunciando un discurso en Heidelberg
Philipp Lenard pronunciando un discurso en la Universidad de Heidelberg
Albert Einstein no asistió a la ceremonia de entrega del premio el 10 de diciembre de 1922 al encontrarse de viaje en Japón. Antes de partir sabía que recibiría el premio ese año, pero decidió mantener sus planes de viaje y dejar a la Academia plantada como respuesta a la turbidez de la historia. 
Einstein pronunció su discurso de aceptación del premio en julio de 1923. No habló del efecto fotoeléctrico, sino de la relatividad.
Nos seguimos leyendo…