domingo, 26 de abril de 2015

Cuando el tiempo dijo basta...


Aquel día, todos los relojes se cansaron de marcar números correlativos. 
Tras las doce y diez llegó las nueve y veinticuatro y así hasta que el día
 y la noche no supieron qué hacer ni cuánto tiempo ser.

El hombre, tan acostumbrado a las pautas trazadas, perdió el norte.
 Todo se volvió arbitrario. Con la revolución temporal, los ancianos se hicieron jóvenes y los amores fugaces se convirtieron en eternos.

 Se perdió la justa medida y en eso, cuando tanta arbitrariedad empezaba a resultar un apocalipsis, algún loco propuso que se midiera el tiempo por colores: del blanco al amarillo. 
Del naranja al rojo y así sucesivamente. 
Ningún cuerdo tuvo idea mejor, por lo que desde entonces, en vez de mirar números, todos contemplan las gamas de colores sobre sus cabezas.

Justo ahora el cielo es azul: momento para el ocio hasta que llegue el negro
 o el anaranjado. Los tonos se superponen unos a otros.
 La prisa se disuelve. Y lo maravilloso es que por fin hemos aprendido que jamás ningún color es idéntico a otro. 
El tiempo es hoy único e irrepetible.