viernes, 8 de enero de 2016

El pueblo de los Eternos...


                                           Aquel día, una nube negra oscureció el cielo. 

Trajo consigo el olor extraño de la desesperación.
Los ancianos del pueblo salieron de sus casas y elevaron la vista apretando con fuerza sus mermados labios, como si el aire fuese 
a escapar sin permiso de sus pulmones.
 Siguieron el recorrido de la sinuosa niebla con ojos entornados de recelo.
La tolvanera sobrevoló sus cabezas mirándolos inquisitivamente hasta detenerse en una de ellos. 
La vieja entrelazó las manos, suplicante, y levantó el tembloroso brazo. 
Su huesudo dedo señaló una casa a lo lejos,
y la bruma se alejó en aquella dirección.
 Trepó por los tejados cenicientos, atravesó la chimenea 
y se escurrió por la rendija de una puerta.
Se escuchaban gritos de dolor en la alcoba.
 Una mujer paría.
El recién nacido exhaló su primer y último aliento.
La nube se marchó como vino,
 dejando en su recorrido el amargor de la pena.
Los ancianos abrieron sus bocas reclamando aire 
y un sollozo mudo sacudió sus decrépitos cuerpos.
A lo lejos se dejó sentir el ronco bramido de un trueno.

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