jueves, 28 de enero de 2016

La medida del tiempo... Calendario de Instantes.


En el escaparate de la vieja tienda de la vieja plaza de la vieja ciudad, capital de una provincia que ya no existe, se reúnen diversas herramientas de la era mecánica prestigiadas por el ámbito selecto que conforma la vitrina y por la antigüedad, esa categoría que expide certificados de nostalgia: máquinas de escribir, relojes de bolsillo, cámaras de posguerra y hasta un microscopio con estuche de madera para que descanse en paz el escrutinio sin fin de la mirada.

 Esa confusión, esa cierta promiscuidad de los instrumentos, su diálogo callado, producen en el fotógrafo que se asoma una pequeña revelación: es posible que no hayamos sabido asignar a cada uno su auténtica función, 
la que les otorga sentido.

 Por ejemplo, quién si no el reloj para tomar las mejores instantáneas, para retratar verdaderamente al tiempo y su sustancia: intervalo, transcurso, cuerpo sin rostro, cifra, viento.
 En cambio si buscamos un instrumento de precisión, nada como la cámara para medir el tiempo en cada una de sus diversas magnitudes: su peso, su intensidad, su profundidad, su temperatura, su precio. 
Se va el fotógrafo pensando que de hecho ya hace tiempo que lleva la cámara ajustada a la muñeca. 
En cuanto al reloj ahora no puede evitar sentirse retratado cada vez que consulta la hora, así que decide guardarlo en un bolsillo de la mochila mientras continúa paseando por la antigua capital de una provincia inexistente.

No hay comentarios: