lunes, 4 de enero de 2016

Llorar ... Apenas penas.


Llorar como un diluvio sin orillas, 
en un terco ejercicio de vertiente, 
con la boca de oscuras maravillas 
y el arco de la frente. 
Llorar, llorar, inútilmente, 
contra el duro respaldo de las sillas, 
en medio del discurso de la gente
y en celo de guerrillas. 
Igual que cien canillas, 
verter un aguacero de torrente 
desde el plexo solar de las costillas, 
y llevar en los ojos la simiente 
de un arpegio de mar en las mejillas, 
a lágrima batiente.  
 
Del libro De diluvios y andenes.

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