lunes, 22 de febrero de 2016

Historias de 8 pisos...


Llamo al ascensor y como cada día, acude con precisión alemana. Las puertas de acero, se abren invitándome con un penetrante aroma a café recién hecho.
Desciende y comienza la aventura de cada mañana; oler planta por planta intentando adivinar de cuál de ellas es ese olor a café. Ponerle cara a esas manos que han mezclado, molido y filtrado, hasta conseguir ese cremoso exprés de tan intenso aroma.
El juego de olfatear se inicia de inmediato; podría ser Carmen la del séptimo, se levanta temprano y a estas horas lleva a sus hijos al colegio.
Manuel el del sexto trabaja en casa, es informático, pero no me lo imagino en la cocina, siempre baja a la cafetería.
Desestimo a la pareja del quinto, ambos trabajan en Iberia y esta semana están en Egipto.
Susana, la joven viuda del cuarto, bien podría minimizar sus penas en un buen café, sus ojos tiernos y permanentemente húmedos, necesitan un buen estímulo para enfrentarse cada día a su recién estrenada soledad.
La intensidad del aroma, me despista, yo diría que se acentúa a capricho, que se depositó en la cabina del ascensor y viaja conmigo con aleatoria intensidad.
En el tercero casi siempre hace una parada, Ignacio, debe levantarse, ducharse, vestirse y salir a la misma hora que yo, de lo contrario no entiendo tanta coincidencia, él no puede ser el del café, pues también exclama sorprendido ante el delicioso aroma.
María, sube en el segundo, todas las mañanas baja a pasear a su Dálmata, podría ser ella, Ignacio y yo nos miramos compartiendo un deseo oculto… por una mujer así, -y si además, es la del café- bien se podría perder la cabeza.
El primero no cuenta, a esas oficinas llegan más tarde y las señoras de la limpieza vienen desayunadas de casa.
Cada día, el misterio del excitante aroma del café, me hace pensar que esa es la magia del momento, sin necesidad de esperar la Navidad.

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