domingo, 17 de julio de 2016

Tiempo, memoria esa mirada vertiginosa a los misterios quizá insondables de la naturaleza. Múltiples enfoques para un problema de la eternidad humana. 
David Jou, físico y poeta, nacido en la lumínica y radiante Sitges en 1953, no opone una separación radical entre ciencia y cultura humanística y religiosa, sino un estímulo mutuo y un diálogo incesante y espontáneo.
Este catedrático de Física de la Materia Condensada en la Universidad Autónoma de Barcelona, investigador en termodinámica de procesos irreversibles, es un pensador cristiano que, en la mayor parte de sus 5 libros (El laberinto del tiempo, La sinfonía de la materia o Ciencia, fe, poesía), no oculta que cree que más allá de la racionalidad de la ciencia hay una razón más amplia y poderosa.
Así lo expresa especialmente en su obra poética reunida en los volúmenes
 El éxtasis y el cálculo y El huracán sobre los mapas que ha sido parcialmente traducida a varias lenguas.
El laberinto de el tiempo. Tiempo y memoria en la vida y el universo trata, según su autor, de “el tiempo y la memoria, o bien del fluir y de la permanencia o, aún, el devenir y el ser, o la eternidad de Dios y la fugacidad del mundo”.
 Sin embargo, su fascinación metafísica no le impide a un lector menos motivado espiritualmente un grato paseo panorámico por las cuestiones básicas de la ciencia redactado de una forma accesible y amablemente seductora.
En un libro elegante y sensible, veremos transcurrir a los genes, al código matemático de la identidad cósmica, a los algoritmos creadores de una naturaleza pitagórica, o a la épica de las simetrías y sus rupturas.
En su campo de especialización, la física, se plantean las cuestiones sobre el tiempo de una manera muy aguda, pero también la biología tiene al tiempo como un telón de fondo organizador y destructor.
 Este libro se abre con una primera parte dedicada al tiempo en la biología y en la física, con sus consecuencias para la vida y el Universo. 
En su otra mitad nos habla de la memoria y de la permanencia. 
Para él, la ciencia explora los fenómenos repetibles y controlables, pero no los excepcionales, como el objeto del éxtasis místico o amoroso o de la exploración artística o poética.
En un mundo formado por la información, en cuya frontera se unen la luz,
 la materia, el tiempo y la memoria de manera tan profunda y tan densa, 
el creyente tiene a veces la sensación de hallarse ante una especie de mente superior que, si fuera capaz de amor y compasión, podría ser la misma mente de Dios.
El Jou poeta enlaza la experiencia del tiempo con las emociones profundas que pueden aflorar con el ritmo, la música, por ejemplo, juntamente con el mundo interior de recuerdos, deseos y emociones que llevan a la suspensión de este tiempo, de la eternidad misma.
 Es, para él, el reconocimiento de momentos singulares que no son ni repetición ni flujo, sino singularidades que estallan, como el inicio del Universo, la explosión de una supernova o la revelación de algunos estados de la conciencia.
La ciencia y la tecnología han transformado la manera de vivir y transmitir la cultura, nos han puesto delante de nuevas perplejidades éticas, nos han hecho conocer nuevas perspectivas sobre la realidad, han inspirado el arte, pero 
David Jou siente nostalgia de tiempos más cercanos a los ritmos naturales y a los placeres directos de la naturaleza. Le preocupan las seducciones de la idea de eternidad o de inmortalidad que plantean algunos intelectuales y científicos.
 El humano sabe que va a morir, lo que da a su sentido del tiempo una profundidad especial y un toque inevitable de dramatismo, pero la aceptación de la muerte, del fin como parte del proceso vital, es condición para la continuidad del proceso creativo de la vida.
¿Dónde estamos dispuestos a llegar? ¿Qué límites éticos nos detienen? 
Para dilucidarlo Jou nos propone acudir a las sabidurías religiosas y filosóficas y contrastarlas con la apertura de límites que ofrece la ciencia.
Los antiguos interrogantes respecto a la finalidad, al sentido de la vida pueden atisbarse en el dinamismo fulgurante de la permanencia y del cambio. 
Quizá en su misma Sitges natal.

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