domingo, 17 de julio de 2016

Tiro libre directo...



Tiro libre directo. 
Con el brazo alzado el árbitro señala la infracción. 
El público increpa pero el brazo continúa en alto, tensado para accionar la ejecución de la pena.
 Bajo los palos el arquero local, dirige la disposición de la barrera, por la derecha, por la izquierda, hasta que la cuadra como un manojo de folios. 
El delantero visitante, mientras tanto, parece dudar de la esfericidad de la pelota, pues la coloca y recoloca una y otra vez, como ha visto hacer tantas veces en la tele. 
El arquero, medio cegado por el contraluz, mira como el sol de invierno alarga las siluetas, juntas y tiesas sobre las calvas del área. 
Entonces la bota acaricia el balón y el brillo de una cuchilla sobrevuela todas las cabezas. Ya nadie, excepto yo, recuerda aquel partido.
 Por eso nadie, excepto yo, entiende ya por qué algunas tardes de invierno las sombras se levantan y esperan la repetición del lanzamiento.
Me muevo a derecha e izquierda, varío el ángulo de visión,
me agacho y me pongo de puntillas, hasta que consigo colocar correctamente la barrera.
 Suena el silbato y de nuevo el destello dorado pasa sobre mi cabeza... 
Yo era el arquero.

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