"Houston, tenemos un problema"
Hay ocasiones en las que recuerdo una canción escrita por Rubén Blades
que muchos la conocen,
se titula Pedro Navaja, y una de sus estrofas dice:
Cuando lo manda el destinono lo cambia el más pintao,si naciste pa martillo,del cielo te caen los clavos...Ciertamente es así, porque, cuando he profundizado tan sólo un poco
no queda más remedio que pensarlo.
Y es que no se pueden dar, en un mismo proyecto,
tal cúmulo de circunstancias adversas.
Para empezar, días antes del inicio de la misión,
quien hubo de ser reemplazado, lo que, sin duda,
fue un golpe de suerte para él.
Durante una serie de pruebas que se llevaron a cabo en tierra
antes del lanzamiento, se observó la posibilidad de que un tanque de helio,
un elemento crítico de la nave, sufriera daños debido a un mal aislamiento,
por lo que el plan de vuelo se modificó tres horas antes del lanzamiento
para poder instalar sensores que proporcionaran lecturas adicionales.
El tanque de oxígeno nº 2 tenía que haber sido instalado tiempo atrás
pero fue quitado para una modificación y resultó dañado en el proceso
de desmontaje.
Reparado y probado en fábrica,
se instaló en el módulo de mando del Apolo XIII,
donde fue sometido nuevamente a pruebas.
De los dos tanques, el nº 1 se comportaba correctamente,
pero el nº 2 tenía problemas para evaporar el oxígeno líquido con el
que se realizaban las pruebas.
Tras los estudios de rigor, se decidió calentar su interior
con una serie de resistencias eléctricas que ya existían
en cada tanque para evaporar el oxígeno remanente.
La técnica funcionó, pero las operaciones necesarias para llevar a cabo las modificaciones de diseño dañaron severamente los elementos calefactores internos de dicho tanque.
Por fin llegó la fecha del despegue,
el sábado 11 de abril de 1970 a las 14:13 h.
Cinco minutos después,
sus tripulantes notaron una vibración
El motor central de la segunda etapa se apagó dos minutos
antes de lo programado,
lo que provocó que los cuatro cohetes restantes tuvieran
que seguir encendidos nueve segundos más de lo planeado
para poner a la nave en órbita.
a su mando si esto podía tener alguna consecuencia
-hay que ser inocente-,
y la respuesta que le dieron fue,
obviamente, que no.
A las 55 h. y 46 min. del comienzo de la misión, y a 320.000 Km.
de distancia de la Tierra, el famoso tanque nº 2 explotó,
provocando el fallo del nº 1 y de las células de combustible
que proporcionaban electricidad a la nave y a sus ocupantes.
La explosión dejó al descubierto un lado del módulo de servicio
y un largo reguero de restos.
A las 21:08 h. del día 13 de abril, después de observar una luz de advertencia acompañada de un nuevo estallido, el astronauta John Swigert,
lanza a través del espacio su tristemente famosa frase:
("Houston, tenemos un problema").
Una gran cantidad de luces de advertencia comienzan a iluminar los paneles de la nave indicando la pérdida de dos de las tres fuentes generadoras de energía; un tanque de oxígeno estaba completamente vacío
y el segundo seguía el mismo camino.
Trece minutos después de la explosión,
que un gas estaba escapando al exterior de la nave.
Ese gas era oxígeno, lo que no presagiaba nada bueno.
Desde tierra, Gene Kranz, en conjunto con los ingenieros de vuelo,
tras realizar un buen número de cálculos, solicitó a los astronautas
pasar al módulo lunar,
el cual fue utilizado finalmente como bote salvavidas.
El módulo lunar estaba diseñado para albergar a dos astronautas
durante 45 h., pero se necesitaba albergar a tres durante noventa.
A pesar de los pesares, se contaba con oxígeno suficiente,
ya que con el de los tanques del módulo lunar,
el de los trajes que se tenían que haber utilizado en los paseos lunares
y el de emergencia para el amerizaje, habría suficiente,
por lo cual ahí no residía el problema.
El problema real era la energía que precisaba la nave.
Las baterías del módulo lunar no podían generar toda la energía necesaria,
había que reducir el consumo a toda costa,
y esa fue una de las tareas principales de los ingenieros en tierra,
que ordenaron apagar todos los sistemas no críticos,
consiguiendo una reducción del consumo a un quinto de lo normal.
En cualquier caso, en el momento de la entrada de la nave
a nuestra atmósfera, debían conservar, como medida de seguridad,
un 20% de la energía total disponible.
Más grave aún:
al día y medio de ocurrido el incidente, los niveles de CO2 aumentaron de forma alarmante, y dado que los contenedores de hidróxido de litio encargados de eliminarlo en ambos módulos eran incompatibles por su forma entre sí,
hubo que idear una manera de adaptarlos con el material disponible a bordo,
lo que, aunque casi al límite,
finalmente se consiguió.
Otro momento crítico fué cuando la nave se encontraba detrás de la Luna,
ya que había que hacer un encendido de los motores para salir de su órbita
y emprender el camino de vuelta a casa, pero la falta de energía volvía a hacer acto de presencia.
Tras hacer una serie de pruebas en tierra, se pudieron dar con anterioridad
las órdenes precisas para que la maniobra se realizara con éxito.
El regreso tampoco fue un camino de rosas.
La temperatura en el interior de la nave descendió a 3º C.
y a consecuencia de esto se formó condensación en su interior.
Las paredes, suelo y techo, los paneles de instrumentos...
todo, absolutamente todo, estaba cubierto con gotas semicongeladas de agua incrementando la posibilidad de que se produjera un cortocircuito en el momento de volver a dotar de energía a la nave.
Afortunadamente, esto no sucedió gracias a las medidas de seguridad que fueron implementadas tras el incendio del Apolo I en enero de 1967.
Y en la reentrada a nuestra atmósfera, con el aumento de la temperatura,
las dichosas gotas comenzaron a licuarse, con lo cual comenzó
a llover dentro de la nave.
¿Podían darse más desgacias?
Bueno, pues quitando el temor sobre la integridad del escudo de protección térmica del módulo, que, de haberse visto afectado,
hubiera provocado que los astronautas murieran achicharrados,
no, ya no hubo más desgracias.
Finalmente, la nave amerizó en el Océano Pacífico,
cerca de Samoa, el 17 de abril de 1970
con todos sus ocupantes casi sanos y salvos,
ya que llegaron deshidratados, al haber tenido que racionar
el poco agua que tenían a la exigua cantidad de 177 c.c. diarios.
Pero no todo tenía que ser malo en esta misión,
ya que se consiguió batir un record, el de la mayor distancia de la Tierra alcanzada por los hombres,
lo que se logró cuando la nave estaba detrás de la Luna,
a 254 Km. de su superficie y a 400.171 Km. de la de la Tierra.
No hay mal que por bien no venga, aunque los tres astronautas,
James A. Lovell, Comandante de la misión, John Leonard "Jack" Swigert,
decidieron, muy sabiamente bajo mi punto de vista,
no volver a viajar al espacio.
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