jueves, 20 de agosto de 2009

Kowloon...


En el imaginario colectivo occidental Hong Kong es una ciudad absolutamente trepidante,
un cruce de caminos que más bien parece un choque de trenes entre Oriente y Occidente;
el Manhattan del Sureste asiático.

El estatus colonial de la ciudad durante casi todo el siglo XX propició
un irresistible desarrollo económico que la llevó
a ser una potencia económica de primera fila.

Aún en la actualidad, y pese a pertenecer a China,
es uno de los lugares donde
existe mayor libertad económica.

Hong Kong, con su mestizaje a machetazos y sus películas de artes marciales
se ganó la fama de poseer una idiosincrasia rayana en la anarquía, fama que,
en muchos casos, está más que merecida.


Un Boeing 747 aterrizando en el antiguo aeropuerto de Hong Kong,
el Kai Tek.

Fue clausurado en 1998 por razones obvias.

Estaba tan dentro de la ciudad que las luces de aproximación se instalaban
en las azoteas de los edificios.

Pero si hubo un lugar de Hong Kong donde la anarquía
era una forma de vida,

ese fue la Ciudad Amurallada de Kowloon.

Oficialmente se trataba de un enclave chino en territorio británico,
en realidad era una isla de cemento sacada de una distopía de pesadilla,
un mamotreto laberíntico donde la densidad de población era la más alta
de la Tierra, una especie de mundo aparte donde las reglas, todas, eran otras.

Más de trescientos edificios se apiñaban en una superficie de dos hectáreas y media
(campos de fútbol en el sistema de medidas televisivo),
y allí se apelotonaban burdeles, fumaderos de opio, clínicas ilegales y restaurantes
de carne de perro mezclados con iglesias y colegios.

Miles de personas nacían, crecían y vivían allí sus vidas, en opresivos
y oscuros callejones que todavía desafían la imaginación.


En 1898 China y Gran Bretaña llegan a un acuerdo según el cual los primeros cedían
a los segundos la soberanía de la isla de Hong Kong y varios territorios nuevos
(conocidos, en uno de esos alardes de originalidad que nos depara la Historia,
como Nuevos Territorios), excluyendo expresamente la ciudad amurallada,
que por entonces contaba con 700 habitantes.

El peculiar estatus del enclave permitió que, rodeados y a la vez protegidos
por el territorio colonial, los habitantes de la ciudad amurallada apenas
se enteraran de la caída de la dinastía Qing y el establecimiento
de la República de China a principios de la década de 1910.

De lo que si se enteraron, y bastante, fue de la ocupación japonesa de Hong Kong.

Las murallas que le daban su nombre al enclave fueron demolidas
y los escombros usados para construir un aeródromo
(posteriormente se convertiría en el aeropuerto de Kai Tek)
y la población evacuada. Cuando Japón se rindió en 1945,
de la ciudad no quedaba prácticamente nada.

La ciudad amurallada de Kowloon, en 1915


Con posterioridad al final de la II Guerra Mundial,
cientos de sin techo se dirigieron al enclave chino. La policía de Hong Kong
no tenía derecho a entrar en él,
y las autoridades chinas estaban demasiado ocupadas en librar una guerra civil
como para darse por enterados.

Incluso después de la fundación de la China Popular en 1949
el enclave permaneció ajeno a cualquier tipo de control.

Varios miles de personas se refugiaron en la ciudad para escapar de las autoridades chinas,
de hecho.

Las tríadas y, en general, el sindicato del crimen,
se fueron haciendo con el control de la ciudad y de las innumerables
actividades ilegales
que allí se desarrollaban.

El crecimiento descontrolado empezó entonces, pero se agudizaría tras las sucesivas
redadas de la policía china en el enclave,
que acabaron con el dominio de las mafias locales.



A partir de principios de los setenta se produjo el boom de Kowloon.
Sin el yugo de la mafia y carentes de cualquier tipo de control estatal,
los edificios empezaron a brotar como setas.

Unos encima de otros, invadiendo las calles, acaparando todo el espacio disponible.

Cientos de modificaciones, ampliaciones y nuevas construcciones realizadas sin control, planos o la supervisión de alguien que hubiera pisado la facultad de arquitectura.

El resultado fue un laberinto enloquecedor, sacado directamente de una película futurista.

A las calles, de un metro de ancho en su inmensa mayoría, rara vez llegaba la luz del sol,
por lo que se iluminaban durante las veinticuatro horas con fluorescentes.

Esto fue lo que le hizo ganarse el sobrenombre de City of darkness
(La ciudad de la oscuridad).

En realidad, los callejones solían estar vacíos porque los kowloonenses
se movían a través de la ciudad mediante pasajes y pasadizos que conectaban
los edificios a partir de la cuarta o quinta planta.

Sobre estas líneas, el entramado de las azoteas en Kowloon City.
Debajo, una impresionante vista de la fachada interior.

En la ciudad amurallada de Kowloon la ley era la que establecían sus habitantes.
China se desentendió del enclave y Hong Kong se limitó a indicar que hicieran el favor
de no construir más allá del piso quince, que el aeropuerto estaba muy cerca y no era plan.

Las autoridades coloniales también facilitaban agua y electricidad al enclave,
así como el reparto del correo, que tenía que ser de lo más entretenido.

En la ciudad, carente de ley escrita tanto como de luz, de la vigilancia se encargaban
sus propios habitantes, que no dejaban entrar a nadie que no tiuviera una buena razón
para ir. Numerosos dentistas sin licencia operaban dentro de los muros de Kowloon,
dando servicio también al resto de Hong Kong.

Miles de inmigrantes ilegales se encerraron en la ciudad,
donde estaban a salvo de la extradición, ya fuera por parte de las autoridades
chinas o británicas.

A finales de los ochenta la ciudad contaba con cincuenta mil habitantes.
Teniendo en cuenta su superficie (26.000 metros cuadrados, o 0.026 kilómetros cuadrados), resultó que la ciudad amurallada se había convertido en el asentamiento humano con mayor densidad de población en toda la historia de la humanidad, con casi dos millones de habitantes por kilómetro cuadrado.

Arriba, vista de la ciudad en 1989.
Debajo, la fachada exterior en la década de los ochenta.



En un momento dado la actividad criminal y el tráfico de drogas fueron demasiado
para los gobiernos chino y británico (aunque según algunas crónicas la criminalidad
en Kowloon era menor que en el resto de Hong Kong).

A mediados de los ochenta ambos países acordaron la devolución de la colonia
a soberanía china en 1997, lo que permitió a las autoridades locales
llegar a un acuerdo con Pekín
para solucionar el espinoso asunto del enclave.

En 1987 se anunció la inminente demolición de la ciudad, y la construcción
en su lugar de un parque.

Era algo que tenía que suceder tarde o temprano, pero los habitantes del enclave
no se lo tomaron demasiado bien.

La evacuación se prolongó durante cuatro años, de 1988 a 1992,
que fue lo que tardaron las autoridades en conseguir echar a todos los vecinos
reacios a marcharse.

El gobierno de Hong Kong se gastó unos 3.000 millones de dólares locales
(al cambio actual, unos 300 millones de € o 400 millones de dólares americanos,
más o menos) en indemnizar a los propietarios de las miles de viviendas de la ciudad.

Algunos adictos a la heroína, traficantes de drogas y demás gentes de mal vivir
resistieron hasta el último día.

En 1993 comenzó la demolición, que concluyó a mediados de 1994.

El día y la noche.
Las azoteas y los callejones de la Ciudad Amurallada de Kowloon.


En 1995 el gobernador británico inauguró un parque que llevaba el nombre de la ciudad.
Una isla verde en el lugar donde antes se levantaba la horrenda
y anárquica mastaba de cemento.

Varios monumentos recuerdan lo que fue la Ciudad Amurallada de Kowloon a lo largo
de los siglos, entre ellos algunos restos de la muralla original que sobrevivieron
a décadas de construcción descontrolada.

Pero de la ciudad, una vez más, no queda nada.
Sin duda alguna es mejor así, pero para el recuerdo queda uno de los escasos lugares
donde el desgobierno fue la única forma de gobierno.

(fronteras)

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