Mary Elizabeth Jenkins, nacida en mayo de 1823 en Waterloo,
una pequeña localidad del sur del estado de Maryland,
ha pasado a la historia por haber sido acusada de participar en la conspiración que terminó con el asesinato del presidente Lincoln
y, por este mismo motivo,
ser la primera mujer ejecutada en la horca en la historia de los EE.UU.
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Estudiante en régimen de internado durante su infancia en el colegio católico Academia para jóvenes señoritas de Alexandria, Virginia,
contrae matrimonio el año 1839 con John Harrison Surratt cuando
ella contaba 16 años de edad y él 27.
Fruto de la unión nacen tres hijos: Isaac, Elizabeth Susanna -Anna- y John,
pero la vida conyugal resultó ser más una maldición que una bendición,
ya que la pareja sufrió constantes apuros económicos debido principalmente
a la afición de él por el alcohol y los juegos de azar, causas también
del probable maltrato físico y psicológico al que Mary fue sometida.
En 1853 el matrimonio había ahorrado suficiente dinero como para comprar
una pequeña propiedad a escasa distancia de Washington D.C.
donde se dedican al cultivo del tabaco y, para redondear sus ingresos,
levantan una tienda que a la vez sirve como taberna, molino, pensión y,
con el paso del tiempo, también como oficina de correos.
En abril de 1861 comienza la Guerra de Secesión, y en Maryland,
aunque siendo parte de la Unión, abundan los simpatizantes secesionistas, entre ellos la familia Surratt y muchos otros agricultores propietarios
de esclavos.
Su taberna sirvió regularmente como refugio de los rebeldes,
y la oficina de correos, aunque oficialmente trabajaba para la Unión,
también lo hacía en paralelo para la Confederación.
En 1862 John Surratt muere, probablemente a causa de un accidente cerebrovascular, dejando a Mary cargada de deudas.
Una vez liquidadas, decide trasladarse el 1864 a Washington D.C.,
donde se aloja en una vivienda en la calle H que había heredado de su marido,
y alquila la taberna a un ex-policía llamado John Lloyd quien,
posteriormente, sería pieza clave durante el proceso en el que fue juzgada.
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Mientras tanto, su hijo John, quien en esas fechas desarrollaba labores de espía y enlace para los confederados, entabla amistad con John Wilkes Booth,
actor y fiel seguidor de las ideas secesionistas quien, sin motivo aparente, comienza a ser visitante asiduo de la pensión que Mary Surratt había abierto
en su actual casa.
El motivo era claro: Booth ya tenía en mente secuestrar a Lincoln junto
con otros conspiradores y, mientras urde su plan, las estancias
se tornan cada vez más largas.
Poco después de la segunda investidura de Lincoln,
Booth y sus compinches intentan secuestrarle cuando fuera de camino
a su residencia de fin de semana, pero la acción se va al traste cuando, inesperadamente, el presidente cambia de planes.
El 9 de abril de 1865, el general sudista Robert E. Lee
se rinde ante Ulysses S. Granten el palacio de justicia de Appomattox,
y mientras la fiesta llegaba a las calles de la capital,
a Mary se la vió llorar.
Lincoln murió asesinado el 15 de abril de 1865, mientras asistía a una función
en el Teatro Ford, a manos de Booth, quien disparó un único tiro
con una pistola Derringer a la cabeza del presidente.
Tras un forcejeo con otros invitados al palco, Booth salta al escenario rompiéndose una pierna al caer, se levanta al grito de ¡Sic semper tyrannis!
-"así siempre a los tiranos", lema del estado de Virginia-,
y alcanza la puerta por la cual había entrado al teatro donde le esperaba
su caballo consiguiendo darse a la fuga.
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El día 18 de ese mismo mes, mientras Mary era interrogada en su domicilio
por la policía, Lewis Powell, que había intentado matar al Secretario de Estado William H. Seward por encargo de Booth,
apareció en la puerta de su casa diciendo ser un obrero,
y aunque Mary negó haberle visto nunca antes,
el molde de una bala que llevaba en el bolsillo fue suficiente
para arrestar a ambos.
Mary ingresa en prisión, y su juicio se celebra con gran rapidez por un tribunal militar ante el temor de que un jurado civil no fuera imparcial.
En él también fueron juzgados Lewis Powell, quien se declaró inocente,
George Azerodt, y David Herold, estos dos últimos miembros también
de la banda de Booth.
Aunque Mary tenía posibilidades económicas en ese entonces para contratar
a un buen abogado, su caso calló en manos de dos letrados sin experiencia
que no supieron dar argumentos lo suficientemente sólidos
como para demostrar su inocencia, lo cual fue aprovechado por el fiscal
para terminar de desmontar su defensa.
Durante el proceso, Louis Weichmann, un viejo amigo y compañero de colegio
de John, el hijo de Mary, que vivía también esos días en la pensión de la calle H, testificó que en la mañana del día del asesinato,
Mary le pidió que alquilara un coche de caballos para ir hasta su vieja taberna.
Weichmann indicó que Mary llevó "
un paquete de unos quince cm. hecho en papel",
y que vió cómo hablaba allí con Booth. También señaló que,
ya de nuevo en casa, Booth volvió a visitarla, eran las 21:00 h.,
y cuando se marchó, la pudo ver "nerviosa, agitada e inquieta".
John Lloyd, el inquilino de la taberna, testificó en su contra indicando
que ella le había dado varios paquetes para que se los entregara a Booth.
La prensa también se cebó con ella, atacándola por su aspecto y su carácter, al tiempo que la acusaba de acelerar la muerte de su marido.
Condenada a la pena capital, el tribunal se basó exclusivamente en el testimonio de Louis Weichmann y John Lloyd para dictar sentencia, aunque dejaban
la puerta abierta "por razones de sexo y edad" a la cadena perpetua,
la cual debía ser ratificada por el presidente Andrew Johnson,
quien no accedió a ello.
Mary murió en el cadalso levantado en Fort McNair el 7 de julio de 1865,
junto con Powell, Herold y Azerodt. Antes de ser ahorcada,
le pidió al verdugo: "por favor, no me dejes caer".
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