jueves, 24 de febrero de 2011

Aquella danza... aquella noche...


Los primeros acordes de una mística y ancestral melodía comenzaban a llegar, y a sacudir, cuan hilos de luz, todo lo que estaba a su alcance, a varios kilómetros a la redonda.

Las calles despertaban con otros aires, otras luces, 
otro ambiente...como si lo anterior solo hubiese sido un estado comatoso, y aquello un resurgir. 

Se respiraba magia con cierto toque a incienso y jazmín que abrazaba y embriagaba a toda persona que hubiese sido acariciada por aquel ritmo frenético. 

Algunos inexplicáblemente parecían poseídos,
 y danzaban con los ojos recién teñidos de blanco
 en una misma dirección.

[...El son de los tambores detenía el tiempo. 
En el aire, susurros...
 Palabras de tierras lejanas, del alma de los bosques,
 de la voluntad del viento, de la voz del cielo...]


Las llamas de un arduo e intenso fuego intentaban escapar
 de una pira de bronce rodeada de piedras y pequeños huesos,
 y bailaban entre decenas de negros que agitaban los brazos, meneaban el culo con gracia, y alzaban sus tobillos a varios palmas del suelo... sonriendo sencíllamente, viviendo de verdad.

Las pequeñas explosiones producidas por toda la armónica poesía
 que se generaba entre las palabras de los tambores y los timbales,
 el murmuro de los pies descalzos al impactar con la madre tierra,
  iban estallando en mi alma poco a poco, empujándola sumisa
 a dominar la cáscara de piel para arrastrarla dentro de esa órbita
 de misticismo que rodeaba tan extraña celebración.

 Intentaba dominar la situación, pero me sentía imantado
 hasta otro polo como yo, hasta el centro de la vorágine.

Todos me miraban con desconfianza.

 ¿Que hará un blanco en un rito de negros?

Todo se convirtió de repente en pura energía. 
Intensidad magnánima.
 Fogonazos de luz.
 Las partículas se quedaban flotando inmóviles en el aire.
 Gotas de lluvia empapaban mi cuerpo pero el firmamento
 se mostraba claro.

Me sentía calmo, inagotable, mas vivo que nunca...
 y mis pasos desobedientes me llevaban hacia el centro de la plaza, alrededor de la hoguera, donde el fuego comenzó
 a pasearse libremente por mi cuerpo,
 quemándome, pero no ardiéndome.



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