Hasta ahora hemos discutido las dificultades para tratar de detectar una potencial señal procedente de una CET, pero no hemos considerado lo difícil que puede ser enviarla, al menos con alguna esperanza de ser advertida.
¿No podría ser que todo el mundo esté a la escucha y, en cambio, nadie transmitiendo?
Nuestras señales llevan viajando años por el espacio.
Las primeras emisiones de radio y televisión se encuentran ahora
a años luz de la Tierra.
Pero es muy discutible que hayan sido detectadas, incluso aunque las CETs estén a la escucha.
A causa de la forma en que se transmiten las señales y también a la rotación misma de nuestro planeta, se necesita una enorme fortuna para que una transmisión alcance una estrella distante.
Además, el gran ancho de banda y la relativamente baja potencia de nuestras emisiones pondrían en serios apuros hasta a un telescopio como el de Arecibo, si estuviese situado tan sólo un poco más allá de la órbita de Plutón.
Las CETs deben estar, pues, no demasiado lejos, tener bastante suerte
y disponer de mejor tecnología que la nuestra.
Y la cosa aún pinta peor, ya que nuestras emisiones tienden a disminuir
a causa de la nueva tecnología por cable.
¿Qué debemos hacer entonces si queremos que capten nuestras señales?
Más que preocuparnos por ser afortunados, lo más sensato parece ser descubrir o investigar en cómo poder enviar señales más potentes y con poco ancho de banda.
Aprendiendo sobre la manera de transmitir podremos entender mejor cómo escuchar.
Supongamos que decidimos utilizar señales de radio.
El primer problema que nos encontramos es la frecuencia en la que emitir. Una vez decidida ésta, ¿qué tecnología se requiere?
Al no saber de antemano dónde puede encontrarse una CET, la manera más segura para transmitir es en todas direcciones por igual.
Una señal de banda estrecha susceptible de ser detectada por una pequeña antena a una distancia de unos 100 años luz requeriría una potencia
de emisión que superaría la que se produce actualmente en todo el mundo.
Así pues, está totalmente fuera del alcance de nuestra tecnología disponible. Incluso si fuésemos capaces, ¿afrontaríamos semejante derroche de energía en un proyecto sin ninguna garantía de éxito?
Por supuesto que si una CET estuviese escuchando con una antena similar
a la nuestra en Arecibo, los requerimientos energéticos anteriores se verían reducidos.
Es más, si conociésemos la posición de una antena extraterrestre similar
a la de Arecibo, la nuestra podría fácilmente enviarle una señal.
Pero el problema es que no la conocemos y que nuestras emisiones son enormemente direccionales, en haces muy estrechos, para nada isótropos.
La emisión isótropa, en todas direcciones, garantiza que todo el mundo pueda ser capaz de escuchar, pero resulta extraordinariamente cara; por contra, la transmisión direccional es mucho más barata, aunque excluye a una gran porción de la potencial audiencia.
Estos son los dos extremos de la estrategia de transmisión.
Por descontado, podemos adoptar cierta posición intermedia, asumiendo ciertos compromisos pero, de todas formas, las transmisiones de radio interestelares no resultan para nada sencillas.
A la luz de estas dificultades, puede que las CETs decidan que sean otros los que hagan el trabajo duro de transmitir.
Quizá la galaxia sea un hervidero de civilizaciones esperando por una llamada.
De todas maneras, ésta parece una solución bastante improbable a la paradoja de Fermi.
Las dificultades pueden parecer insuperables para una civilización como
la nuestra, pero no tiene por qué ser así para otra de tipo K3, por ejemplo.
Incluso con nuestro actual nivel de desarrollo tecnológico, podríamos generar un pulso láser que superase en intensidad al Sol.
Lo mismo podría hacer otra CET y sería fácilmente detectable con un telescopio óptico. La radiación láser es, en muchos sentidos, un mecanismo de transmisión muy superior a las ondas de radio.
Sin embargo, el inconveniente más serio que presentan las comunicaciones ópticas es que el haz resulta extremadamente estrecho.
Así que la civilización que transmite debe conocer con precisión la ubicación exacta de la civilización receptora, con lo cual volvemos al mismo problema que presentaban las ondas de radio cuando no se dispone de enormes cantidades de energía.
Aún peor, cuando se envía un pulso luminoso hacia una estrella a años luz de distancia, es preciso tener en cuenta que dicha estrella ni está ahora en esa posición ni estará cuando la señal enviada la alcance.
La civilización transmisora deberá poseer información precisa acerca de las velocidades estelares de sus posibles objetivos. de ahí la importancia de reunir información sobre otros sistemas planetarios con ayuda de sondas y otros instrumentos a nuestro alcance.
Merece la pena, asimismo, mencionar que los seres humanos ya hemos enviado anteriormente señales hacia el espacio (me refiero a señales deliberadas, no emisiones de tipo radiofónico o televisivo).
Así, la primera tuvo lugar en 1974, cuando Frank Drake dirigió un mensaje hacia el cúmulo globular M13.
Utilizó una frecuencia de 2,38 GHz y la señal se prolongó durante 3 minutos y tan sólo contenía 1679 bits de información. Alcanzará su destino en unos 24.000 años.
En 1999, Yvan Dutil y Stephane Dumas, utilizando la antena Evpatoria, en Ucrania, enviaron otro mensaje con gran cantidad de información matemática y física en unos 400.000 bits a 5 GHz con destino a cuatro estrellas diferentes.
Es digno de mención el hecho de que Drake fue ampliamente criticado
por no haber consultado su acción y no haber pedido opinión al resto
de naciones de la Tierra.
Quizá emisiones a gran escala, a escala planetaria fuesen las únicas
con una razonable probabilidad de ser detectadas.
Puede que las CETs solamente decidan transmitir una vez alcanzado un cierto nivel de unidad y consenso a escala planetaria.
¿Y si ésta fuese la razón por la que aún no les hemos logrado oír:
ellos sólo escuchan no porque tengan dificultades técnicas, sino más bien por razones de carácter ético o político?
No parece, de todas formas, una resolución probable de la paradoja de Fermi, pues no resulta razonable atribuir un comportamiento semejante
a todas las civilizaciones.
Todo lo que podemos afirmar es que transmitir una señal hacia el inmenso espacio, con la esperanza de que alguien la intercepte,
no resulta nada sencillo.
Cierto es también que no es imposible.
Algunas civilizaciones podrían estar ahí afuera, señalando su presencia,
pero, entonces, ¿cómo es que aún no les hemos escuchado?
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