Eligió acomodarse en el horizonte.
Transgredir el trayecto de lo razonable, de la verticalidad.
Cansado estaba de ser una sombra más
en el círculo de las miserias asfaltadas.
Desafiando las leyes naturales decidió poner sus ojos a la inversa.
El caparazón de una caracola imaginada le sirvió para apoyar
su desafío.
Quería encuadrar la eternidad en su mirada, encontrar un espacio
sin puntos que lo sobresaltaran.
Desde ese paradigma le bastaba elevar apenas sus brazos para rozar las tentaciones del paraíso pero escondía sus manos entre los pliegues de su desnudez privándolas del placer.
Había huido hasta de los gozos palpables.
La luna nueva encogía aún más su interrogante curvatura para
dar cobijo a su albedrío.
De espaldas a la existencia se alojó allí adonde el tiempo se mide en asombros.
La brevedad del parpadeo de los insectos eran los compases
de su reloj vital.
Fue desde entonces y para siempre un habitante de ese no lugar
en donde las fantasías echan raíces.
Un morador de la sinrazón.
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