viernes, 2 de septiembre de 2011

Ella es...


Pero el espejo enmascara su quebranto.

 Extiende abrazos transparentes, carmín en la lividez de sus labios y rubor a su desgarro; regala a sus pupilas un cielo que despierta en azules y un collar de brillos hilvanados con rayos de lunas en desvelos. 

Una ventana se refleja en el cristal 
y traspasan soles, amaneceres
 y verdores. 

Y ella, niña apagada, desnuda de sonrisas, gira su rostro hacia 
la noche, resistiéndose a descubrir mañanas. 

Se encarcela.  Enmudece. Enceguece.

El espejo apaga su brillo, desgasta su luz, se opaca, se quiebra 
y la imagen se multiplica.

 Se hace infinita su tristeza.

 Los estaciones se consumen y desesperan las hojas del calendario. 

También en ellas se desvanece el alba.

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