No era.
No les era necesario detener el tiempo para reconocerse.
Les bastó un instante, la eternidad de un instante, para sentirse.
Una multitud de caricias adormecidas despertaron
y untaron sus cuerpos con savias nuevas
hasta embriagarlos.
Acaso porque la esencia del amor se arropa en silencios,
se engrandece sin sonidos, se hace verdad cuando el secreto lo protege,
ellos se dejaron querer en la ausencia del mundo,
regalando libertad a sus manos para explorarse, descubrirse, amarse.
Mirándose para perpetuarse.
No existió el pasado, ni el futuro.
No hubo un acaso..., ni un tal vez...
Ni calendarios
No necesitaron de la palabra, lo eran.
Eran carne, gozo, cuerpos.
Libertad, deseo, serenidad y arrebato.
Creían en la perpetuidad de lo no visible.
En la eternidad de la noche
Y que el tiempo es generoso y trasciende cuando es libre.
Aunque sólo dure un instante.
Ella y él lo sabían.
Siempre serían un momento, un vuelo de colibrí.
La fugacidad de lo infinito
Lo oculto.
También es hermosa la sombra de la llama
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