viernes, 2 de septiembre de 2011

La vida en el Cosmos no es fácil...


La misión Kepler, así llamada en honor del astrónomo alemán Johannes Kepler (1571-1630), comenzó con el lanzamiento por la NASA de un telescopio espacial el 7 de marzo de 2009.

 Se estimó para ella una duración prevista de al menos tres años y seis meses y un coste de 600 millones de dólares, con el objetivo de descubrir planetas similares a la Tierra orbitando otras estrellas.

El telescopio Kepler emplea un fotómetro, un aparato que mide la intensidad de la luz, capaz de examinar continuamente el brillo 
de más de 145.000 estrellas similares al Sol. 

Kepler no orbita alrededor de la Tierra, sino que sigue a la Tierra en su orbita alrededor de Sol.

 De este modo, la Tierra no le oculta nunca las estrellas y el fotómetro tampoco se ve afectado por la luz difusa reflejada por la Tierra.

 Kepler observa continuamente un área fija, similar a la de un puño a la distancia de un brazo estirado, situada hacia el norte, cerca de las constelaciones del Cisne, Lira y Draco. 

Al dirigir su campo de observación al norte, la luz del Sol tampoco afecta al fotómetro.
 La constelación del Cisne es, además, una buena zona de observación porque nunca es oscurecida por los objetos del cinturón de Kuiper (que se extiende más allá de la órbita de Neptuno y está poblado con planetoides y cometas, entre otros objetos) o del cinturón de asteroides (situado entre las órbitas de Marte y Júpiter). Así pues, las condiciones de observación de Kepler han sido cuidadosamente diseñadas.

Extrema sensibilidad

El telescopio Kepler es capaz de averiguar si las estrellas poseen planetas en órbita porque cuando un planeta pasa por delante de la estrella, oculta un poco su brillo, lo que el fotómetro ultrasensible de Kepler es capaz de detectar. Por ejemplo, el paso de un planeta como la Tierra frente a una estrella como el Sol produce una disminución del brillo de solo
 0,000084 veces, pero el fotómetro Kepler es más sensible aún,
 y podría detectar una variación de brillo cuatro veces menor.

 Se acaba de hacer público que la misión Kepler ha identificado de este modo 1.235 presuntos planetas, de los que 54 se encuentran en órbitas compatibles con que puedan albergar vida, ya que se encuentran en la llamada
 “zona habitable” de la estrella: la zona en la que la temperatura permite
 la existencia de agua líquida.

No vamos a explicar aquí por qué no puede haber vida sin agua líquida pero, créeme, la vida en ausencia de agua líquida es muy, muy, improbable.

De los 54 planetas orbitando las zonas habitables de las estrellas, 
5 son similares a la Tierra.

 Los otros 49 poseen tamaños que van desde el doble de la talla de la Tierra 
a mayores que Júpiter.

 Muchos de los planetas parecen, por tanto, no ser rocosos, sino más bien estar compuestos de elementos ligeros, como el hidrógeno.

 Esto supone un escollo para que la vida surja sobre esos planetas, aunque algunos podrían tener satélites rocosos del tamaño de la Tierra donde 
la vida podría desarrollarse.

Ser o no ser

Sin embargo, además de encontrarse en la zona habitable de la estrella, 
son necesarias otras muchas condiciones para permitir el origen, la evolución y el mantenimiento de la vida a lo largo de miles de millones de años, 
como ha sucedido en la Tierra.

 Por ejemplo, una órbita demasiado excéntrica, es decir, demasiado alargada, acercará y alejará mucho periódicamente al planeta de su estrella, 
lo que causará grandes fluctuaciones de temperatura en diversos momentos del "año" del planeta.

 Esto puede impactar negativamente sobre la evolución de la vida, sobre todo en el caso de organismos terrestres que necesitarían ser capaces de soportar dichas fluctuaciones térmicas fuera del agua.

Un largo periodo alrededor de su eje (un día largo), o peor aún,
un acoplamiento de marea, que se produce cuando el planeta gira sobre sí mismo en el mismo periodo que gira alrededor de la estrella, causaría que el día y el año del planeta fueran iguales y, en general, largos 

En ese caso, la temperatura de la superficie del planeta al “mediodía" alcanzaría probablemente más de cien grados centígrados, es decir, sería superior a la temperatura de ebullición del agua pero, en cambio, la de la noche bajaría a menos de cien grados bajo cero. 

Para entender esto solo hay que fijarse en nuestra Luna, que está acoplada con la Tierra por lo que posee un “año” de igual periodo al de su “día”: 
29,5 días terrestres más o menos. 

Aunque la Luna se encuentra en la zona habitable, junto a la Tierra, 
la diferencia de temperatura entre su mediodía (123ºC) y su medianoche
 (-181ºC) es demasiado elevada como para que la vida sea fácil sobre ella, incluso si la Luna contuviera agua en cantidad, lo que no es el caso porque carece de la gravedad suficiente para retenerla.

En resumen, no basta con descubrir planetas en zonas habitables de otras estrellas para concluir, encantados, que alguno contendrá seres vivos. 

Es necesario tener en cuenta otros muchos factores, muchos más de los que menciono aquí, antes de enamorarnos con la idea de que hay alguien ahí fuera con un telescopio espacial mirando nuestro sistema solar, al igual que nosotros estamos observando otros sistemas solares.

 Es, sin duda, posible, pero no tan fácil y, por tanto, no tan probable 
como muchos desearíamos.

 No obstante, hay que seguir buscando…

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