La muerte violenta celular (necrosis) implica, además de la pérdida de individuos celulares, un peligro público en el organismo.
En la necrosis se pierde la integridad de la membrana y se vierten moléculas letales que necrosan a las células vecinas, desencadenando una reacción en cadena, letal para el individuo.
La necrosis debe ser evitada o minimizada a toda costa: desgarros, machacamientos, quemaduras, temperaturas extremas, falta de oxígeno, gérmenes… generan necrosis.
Células necróticas la extienden.
La nocicepción contiene la capacidad de detectar agentes y estados capaces de generar necrosis. Existe nocicepción en el Sistema Inmune, que permite detectar gérmenes necrotizantes y existe no cicepción en el Sistema Nervioso, que permite detectar estados y agentes físicoquímicos no biológicos, también necrotizantes.
La respuesta del organismo a la necrosis consumada es la inflamación: una complejo despliegue de recursos que delimita, valla, el área necrosada y moviliza los servicios celulares de protección y reparación.
Una zona inflamada, inevitablemente se hincha, enrojece, calienta y duele.
Si bloqueamos la inflamación bloqueamos el proceso de restitución a la normalidad.
Se puede detectar la exposición a estados y agentes necrotizantes antes de que se consume el daño.
El Sistema Inmune detecta agentes biológicos (gérmenes) necrotizantes y moviliza efectivos celulares y anticuerpos que eliminan el agente antes de que se consuma la destrucción.
El Sistema Nervioso detecta agentes físicoquímicos necrotizantes no biológicos y activa la percepción de dolor y respuestas motoras de alejamiento antes de que se consuma la destrucción.
El Sistema Neuroinmune de defensa evita a diario sucesos necróticos, neutralizando gérmenes y evitando el contacto prolongado con agentes y estados peligrosos.
La baja temperatura puede destruir células.
Cuando llegamos al límite de la peligrosidad se activa el dolor.
Lo mismo sucede con las altas.
La falta de oxígeno en el músculo puede destruir células.
El dolor nos obliga a cesar la actividad cuando nos aproximamos al límite.
La enfermedad nos hace vulnerables.
El dolor nos invita a quedarnos en el refugio y renunciemos así a un esfuerzo peligroso o infructuoso.
Los límites de seguridad tienen un umbral genéticamente establecido.
Hay nociceptores térmicos, tanto para la temperatura baja como alta, que si se activan hace que sintamos dolor.
Hay nociceptores mecánicos que marcan los límites de seguridad frente a la compresión o el desgarro. Si se activan se genera dolor.
Así sucede en todos los individuos, en condiciones normales.
Los límites de seguridad admiten una ampliación.
La temperatura alta y baja pueden activar dolor aun cuando no contengan peligro de daño celular.
La alarma salta, innecesariamente, temerosamente, ante un estado térmico inofensivo.
Hay variantes genéticas, raras, muy raras, que expresan sensores térmicos, tanto para temperaturas altas como bajas, que sitúan el límite de seguridad exageradamente en un valor que no implica riesgo.
La alarma salta. Duele aunque no hay peligro.
Sin dichas variantes genéticas, hay alarmas que saltan incluso con la previsión térmica, con la expectativa.
- Va a cambiar el tiempo. Me duele la rodilla.
La actividad física extrema o la contracción postural sostenida puede activar la alarma por acercarnos a la zona de peligro.
Hay variantes genéticas raras, muy raras, que sitúan el disparo de la alarma con actividades inofensivas.
Sin dichas variantes genéticas hay alarmas que saltan incluso con la previsión de actividad, con la expectativa.
- Me quedo en casa. Me duele todo.
Hay acciones necesarias como comer, orinar, dormir, huir, luchar… que el cerebro protege, blinda de la alarma.
- El dolor no se va hasta que me quedo dormido…
No es que el sueño quite el dolor y su falta lo ponga.
Lo que realmente sucede es que el cerebro desactiva la alarma para proteger el sueño y la activa para exigir que se consiga un sueño eficaz la próxima vez.
- He dormido mal… Me duele todo. No he descansado bien…
La cultura coloca límites donde debiera haber permisividad, tolerancia.
El poder de la cultura es ilimitado.
Habría que poner límites a la cultura de los límites…
vía: arturogoicoechea.wordpress
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