Percibimos aquello que el cerebro considera como más probable y/o relevante, lo que decide debemos considerar y debe guiar nuestra conducta.
La percepción organiza la navegación del individuo en un tiempo-espacio definido por temores y deseos.
Los sentidos abren sus poros para detectar cualquier señal que corrobore o desmienta las hipótesis pero los estímulos que la realidad (externa e interna) genera no siempre son suficientes para definirla con garantías y organizar las respuestas más adecuadas.
Las señales de peligro pueden ser sutiles, inciertas, ambiguas… y estar incluidas en ruido perturbador.
Si duele es que hay (subjetivamente) base suficiente para considerar la probabilidad de muerte celular accidental, violenta.
La probabilidad puede ser alta, por estar asentada en datos de daño celular violento, consumado o inminente, o baja, cuando el daño es sólo imaginado, posible.
El cerebro tiende a valorar el aquí y ahora, el corto plazo.
La probabilidad a veces sólo puede referirse a un futuro no concretado pero el cerebro aplica el temor a que ese futuro sea presente inmediato y actúa como si el daño imaginado, posible teóricamente, estuviera a punto de consumarse.
Probablemente el daño tisular violento no existe ni va a existir, en ese preciso momento, lugar y circunstancia pero se activan las alarmas del ¿por qué no aquí y ahora? y parece que efectivamente va a ser así.
La ilusión genera la ficción de un presente improbable, prácticamente imposible.
No va a tocar el décimo que hemos comprado pero algo hace que no podamos negarle la posibilidad teórica ni podemos evitar la angustia de no comprarlo y resultar que, efectivamente, toque.
El cerebro es un órgano que gestiona estadísticas, probabilidades, expectativas, creencias, pálpitos, corazonadas.
Impone su pulsión ilusoria sobre la sensatez y puede más el miedo al daño o al dolor y la esperanza en el premio del alivio terapéutico que el sentido común.
El ruido se convierte en señal. La irrelevancia se puebla de augurios. Las creencias acaban imponiendo su ley. La corteza prefrontal, situada en el nivel más alto de la jerarquía en la toma de decisión cuando la realidad es sólo un futurible, se encarga de mantener en vilo al organismo y a su residente aun cuando nada suceda ni vaya a suceder.
Las capas cerebrales de la sensatez, de la contención emocional, se vuelven sensibilizadoras de todo tipo de banalidades.
El sueño cerebral somático impone el sinvivir del individuo animado por los instructores del alarmismo.
En el cerebro hay matemáticas, cálculo de probabilidades. Están los sentidos para afinar las operaciones, para muestrear el entorno real y contener las hipótesis pero estamos condenados a procesar señal y ruido desde un soporte de creencias, desde la subjetividad. Si ese soporte es racional, vinculado a la estadística de lo que realmente sucede, nos irá bien. Si el árbol probabilístico es de cartón piedra, construido en un escenario virtual de terror somático… nos irá fatal.
En Agosto he hecho turismo cerebral. Bayes, probabilidad, creencias, ruido-señal, aprendizaje, inferencia inconsciente. Agosto se ha acabado y estamos en Septiembre, en la realidad del paciente: migraña, fibromialgia, terapias, fármacos, punciones…
- ¿Por qué me duele?
- Es el cálculo de probabilidades. Matemáticas. Mire usted… el cerebro…
Así, de repente, cuesta volver al mundo aparentemente real de la clínica y habitarlo sabiendo que no es más que una apreciación estadística subjetiva…
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