Desde siempre me atrajeron las ventanas.
Me atrapaba esa magia oculta que me permitía crear vidas con la imaginación,
traspasar sus cristales y fabular con sus moradores, con los vaivenes del tiempo,
los insomnios, el llanto arrinconado de un olvido, las traiciones de alcobas,
los desvelos del placer o la agonía del último suspiro.
De niño imaginaba en su interior aventuras, a magos y hechiceros,
a duendes jugando en sus cortinas, a mis personajes favoritos
inventándose una historia.
Creía verlos.
Luego mi fantasía de adolescente me llevó a a inventar leyendas
con mercaderes de pasiones ocultas.
Veía lo que yo creaba.
Me asombraban las ventanas abiertas, de corazón grande
centinelas de almas inquietas.
Las alegres y coloridas, con atisbos de inocencias celosamente
ensamblados en sus molduras.
Las enrejadas con sombras de tiempos pasados.
Latían... y nacían mis personajes y sus escenarios.
Mis realidades.
Soñaba. Creaba. Inventaba. Fabulaba
Hoy, con esta mirada alejada ya de la infancia,
sigo necesitando encontrar en la oscuridad de una ventana
la palabra que espera mi hoja en blanco.
Necesito verbos y tiempo de otras vidas.
Necesito seguir imaginando.
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