martes, 8 de noviembre de 2011

Soy...



SOY…


Mensurable conclusión en mis flamantes, deslumbrados,
perennes y neófitos sentidos.


Irrevocables y sempiternos recuerdos,
atormentan incansablemente mi entreabierto cerebro,
como si tal vez, hubiera habido un “antes” del ahora.


Atribuyo eso a la implacable lógica del después;
no le cabe la menor duda a mi atribulada sensación,
de que la percepción de mi “antes” es real…

Por lo que deduzco que entonces todo es cierto…


Un extraño escalofrío recorre mi nunca utilizada espina,
dándome la sensación de que las cosas no deberían encadenarse
de esta manera…

¿Pero quién soy para dudar del Orden Natural?.

¿Quién soy para cuestionar la exactitud de lo que no tiene errores?.

¿Quién soy, en definitiva?.


Entonces, caigo en la cuenta de los últimos acontecimientos…
el océano… la desesperación… la sorpresiva calma que va más allá

del cuerpo… la paz…
.
.
SOY…


Y a cada instante voy tomando conciencia del ser.

Ahora comprendo, que la extrema sabiduría de la naturaleza,
no tiene parangón.

¡Era lógico y yo no lo había percibido!.

El placer de sentir todas las incógnitas develadas me invade;

¡Que maravilloso saber por fin cómo era todo!.

¡Que dicha conocer por fin lo que toda la vida nos esta vedado!.


Una sola duda queda, rezagada al final del tintero…

¿Debería yo conocer toda esta verdad?.

Hasta ahora, no se había dado caso semejante,

todo el mundo se hubiera enterado de haber sido así.


Entonces… ¿Por qué?.

La respuesta,

vino tan fácil como las demás:

en el momento preciso en que vi aquella luz blanca,

cuando llegué a ella y logré,

con gran esfuerzo alcanzarla.

Sucedieron dos cosas simultáneamente:

Olvidé absolutamente todo.

Y mis ojos de recién nacido, vieron por primera vez la luz.

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