martes, 8 de noviembre de 2011

Aquel cuento de mi nieto...



No entendía un “soroco”, y para colmo tenía enormes faltas de ortografía.

en realidad de gramática.

-Dale abu, lee- me decía una y otra y otra vez mi nieto de solo nueve años.

Era al que más tenía que complacer de todos porque era el único.

Y bueno, las cosas pasan.
Mi hija fue mamá… haber espérenme un segundito…
¡Ah sí!, la tuve a los diez y seis años.

Ese si que fueel más lindo regalo de ella.

Bueno, la cuestión es que mi nietito me insistía todo el día para que lea ese cuento.

Por su puesto que se leer, pero como les dije, a ese cuento le faltaban todos los signos
de puntuación.

Lo que pasa que al nene en la escuela le comenzaron a enseñar los textos en los
que eran narrados por primeras personas.

¡Lo que fue el cuento narrado en tercera persona!, imagínense lo que sería este.

Pero ¡bueh!, no siempre es todo fácil en la vida y por lo tanto, fue difícil,
pero lo hice…

Le dije que no.

-Dale abue, dale- me decía esta vez.

Podrán notar como ya había sumado la letra “e” a la abreviatura “abu”,
eso era porque me quería cada vez un poquito más, y se enojaba un poquito menos.

Claro, pero yo no podí…
¡Ah, por eso no se rieron!, yo dije,
¿Cómo puede ser?

Lo que pasa es que lo dije al revés, era porque me quería cada vez un poquito menos,
y se enojaba un poquito más.

Pero, como les decía, eso era un tremendo mamarracho, que con mis anteojos ,
no se iba a poder leer.

Y claro, su madre, mi hija, era una malcriada.

Desde chiquita yo le di todo me manejaba con un dedo.

Ahora, con la excusa de “los tiempos han cambiado”,

¿Por qué no le lee ella por esa cosa al hijo?

Pero al final aflojé.

Y si, tenía que hacerlo, sino hubiera estado todos los días escuchando
replicas por todos lados…

¡NO!, nadie me iba a obligar a leer ese cuentito “berreta”, asqueroso e inmundo,
que ni siquiera lo había escrito bien, porque le faltaban todos los signos de puntuación.

Y no, no salió como el abuelo, es decir YO, una perfecto escritor,
seguro salió a los ...,

-Dale abuel, por favor- insistía mi nene.

Y con esa cara ya no podía decir más que no…

¿Y otro día?, PENSE decirle, pero era mucho arriesgarse.

Tomé tranquila los anteojos, abrí la tapa de porquería que había hecho,
y comencé a leer, tratando de entender algo de lo que decía:

“Una mañana de otoño, los perros contaban, las madres meaban en la vereda,
mientras los locos los miraban por la ventana”.

Como seguro que les paso a ustedes, debieron de darse cuenta de que no hay
coherencia en este cuento humillante para la familia:

¿Cómo si la cosigna era escribir una historia narrada en primera persona,
esta esté en tercera?

Volví a releerlo, sacando otra conclusión, la cual no creo que se hayan dado cuenta,
de la cual me surgieron cuatro preguntas:

¿Los perros saben contar?,
¿Podrían las madres mear en la vereda?,
¿A caso la maestra estaba loca?,
y
¿Qué es esa expresión de desconcierto en la cara de mi nieto?

Al fin y al cabo los únicos coherentes del texto parecen los locos.

-No abue, las comas van acá, acá y acá- me dijo señalando algunos lugares en el texto.

Ahora, yo me pregunto,

¿Por qué no las escribió y no había tanto lío?

Volví a leer:

“Una mañana de otoño, los perros, contaban las madres, meaban en la vereda,
mientras los locos los miraban por la ventana”.

Obviamente, esto ahora sí tenía coherencia.

Como no tenía nada de ganas de leer,
le pedí que por favor no me moleste más, ya que me sentía un poco mal.

-Bueno abu, está bien.

Mamá ya debe estar por venir a buscarme.

-Bueno hijo, andá.

Pero antes aclárame una duda que tengo.

Primero, el cuento no es de la familia, ni tampoco lo escribió tu nieto,
es el cuento de Caperucita Roja.

Tercero, no tiene faltas de ortografía, lo que pasa es que tus audífonos no funcionan,
y cuarto, y por último, no soy tu nieto,

soy el hombre encargado de los viejos de este geriátrico,

abuelo.

-¡No!, ¡abuelo no!, si llega enterarse tu hija, me mata…

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