El paciente y el psiquiatra se encontraban frente a frente por primera vez.
Julio, caminaba con paso cansino, desganado y los hombros agobiados, venía acarreando una profunda depresión desde hacía nueve años y asistió a la consulta impulsado por su esposa.
La sesión se extendió más de lo acostumbrado.
El médico, un hombre bastante campechano, indagó meticulosamente en la personalidad del paciente mediante una charla casi amistosa llegando a la siguiente conclusión:
"Mire mi amigo, yo quisiera que conozca al payaso del pueblo, un hombre excepcional, poseedor de una alegría contagiosa, muy dicharachero y gracioso, que con sus chistes alocados, sus piruetas y malabares, es capaz de dibujar sonrisas donde nunca existieron y de hacer reír a carcajadas a la persona más triste.
Esto es algo que les recomiendo a mis pacientes como primera instancia, un tratamiento paralelo a las sesiones.
Es un método poco convencional el que utilizo, lo sé... pero me ha dado muy buenos resultados"
El hombre, un poco incómodo, se movió de lado en la silla y respondió:
-Yo soy el payaso del circo, por favor doctor, cámbiame la receta...
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