Llegué a un pueblo fantasmagórico.
Las calles estaban embarradas y sin asfaltar y para colmo de males,
desde hacía décadas sin corriente eléctrica.
Cuando entré en la pensión donde tenía que alojarme,
casi tropecé con el techo debido a mi elevada estatura
y llegué a tener la certeza de haberme introducido en la Edad Media,
cuando me sirvieron para cenar una sopa de ajos tan rancia y consistente
que podía ser cortada con unas tijeras, pero para saber de aquello,
tenía que continuar y esperar a la madrugada y conseguir un mechón
de cabello de la dama que salía de la nada y se paseaba jazmín en mano, por todo el cuarto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario