Los sábados por la mañana nos solía despertar el rugido de un tiranousario rex que acompañaba en su espectáculo a un matrimonio de biólogos.
Ella tocaba el organito electrónico y él colocaba una escalera a la que se solía subir (no sin cierta dificultad) el dinosaurio.
Hace ya algún tiempo sustituyeron el reptil por un mamut lanudo,
menos ágil aún, si cabe, que el tiranosaurio.
El paquidermo superaba sus dificultades motrices a fuerza de voluntad,
y al ritmo de rumba catalana lograba colocar las cuatro patas en la pequeña cima de la escalera.
Cuando llegaba a la cumbre, elevaba la trompa al cielo como si fuera
un clarín celestial y barritaba al público de las ventanas.
Avisamos a la sociedad protectora de animales para que les quitasen
el mamut y no nos molestasen más por las mañanas,
pero nos respondieron que la legislación no contempla cómo actuar contra
la tenencia de animales extinguidos.
El sábado, el matrimonio volvió por el barrio con una nueva especie:
un hombre neandertal.
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