jueves, 26 de abril de 2012

aquel debate: Bell & Einstein.


En unos tiempos, allá por los años 40 y 50, la Teoría de Relatividad
 de Einstein era en círculos científicos la gran piedra filosofal, incontestable como la Biblia lo ha sido para los cristianos, cada físico grande que surgía con sus teorías y fórmulas pasaba por el despacho de Einstein para que su equipo bendijera el cóctel matemático recién ideado.

Tanto era Einstein por entonces.  
Al tiempo mantenía un duradero, público y enquistado cara a cara con Niels Bohr, máximo representante de la física cuántica.
“Una de las cosas que más disgustaba a Einstein sobre estas partículas
es que no le respetaban su Teoría de la Relatividad.
 En efecto, las partículas cuánticas son capaces de comunicarse entre sí a una velocidad infinita, instantánea, utilizando un medio de comunicación todavía desconocido por los físicos, pero del cual se conoce su presencia por las predicciones y las exigencias de la cuántica. 
Es decir, este medio de comunicación inmediato sencillamente existe aunque no le tengamos todavía ecuaciones, y podemos darnos cuenta de él a partir de los resultados de los fenómenos cuánticos. 
A Einstein le disgustaba esta posibilidad porque su Teoría de la Relatividad había establecido que la máxima velocidad posible para enviar comunicaciones es igual a la velocidad de la luz, 
o sea, trescientos mil kilómetros por segundo.
Duró muchos años el debate para que todos los revolcones de la física fueran aceptados como hechos ciertos. 
Sólo hasta 1963 o 1964, un físico irlandés, John Bell, se ideó un teorema para comprobar quién tenía la razón respecto de las leyes de la materia:
si Einstein y su grupo de relativistas, o Bohr y el grupo los cuánticos.
 Durante los años 70 los ingenieros construyeron por fin las primeras máquinas capaces de examinar la materia según requería el teorema de Bell. Estas máquinas se han ido perfeccionando y volviendo más potentes y precisas hasta el día de hoy. Con estos equipos se comprobó finalmente cómo Einstein perdió esta larga pelea: el mundo es cuántico y posee en su misma médula todas esas “locuras” que dictaminan los nuevos descubrimientos.
Tras estos sucesos, pues, la mayoría de los físicos se alejaron del pensamiento de Einstein y adoptaron un punto de vista totalmente cuántico. Y llegarían más y más físicos estupefactos a terciar en este revolcón. 
Uno de ellos, cuyos trabajos están dictaminando hoy muchos de los rumbos de la nueva física, es el inolvidable profesor David Bohm.
Con la aparición de Bohm, llegamos ahora, a un tramo fundamental de esta revolución personal. Se trata ni más ni menos que de la reaparición del humanismo y de las ciencias no exactas dentro del mundo de la física,
 algo insólito que había estado ausente de esta vida probablemente desde los días de Galileo.
Nacido en los Estados Unidos, David Bohm hubo de renunciar, ya adulto,
 a su ciudadanía norteamericana pues, por motivo de tener amigos en Rusia, fue objeto de la persecución anti-comunista que en esa nación tuvo lugar. Bohm rodó por varios países hasta establecerse por fin en el Reino Unido, donde logró encontrar apoyo y libertad para expresar sus inesperados enfoques sobre la Teoría Cuántica.
Para empezar con Bohm, digamos que su singular importancia radica en que volvió a hacerle caso a Einstein, en contra de la corriente que se había establecido contra el sabio alemán, y comenzó a buscar las famosas “variables ocultas” que el profesor sugirió pudiera haber en las ecuaciones de Schrödinger. Pero muy a su manera.
 Nadie se había atrevido a tocar las ecuaciones de Schrödinger, pues ni
el mismo autor las entendía y hasta el día de hoy constituyen verdaderos diamantes del conocimiento humano.
Son sólidas, aparentemente inmutables. Bohm, sin embargo, se atrevió a intervenirlas a fondo hasta encontrar en ellas una de las famosas 
“variables ocultas” que sugeriría Einstein, y enfocó en forma
 muy novedosa las extrañas ecuaciones.


Cuando Bohm enunció estos enfoques, ya John Bell, Alain Aspect 
y sus colaboradores, y docenas de ingenieros y físicos más habían logrado demostrar que en un sistema “normal” de la vida16, es decir, un sistema o situación que se pueda describir con la física clásica incluida la de Einstein, es imposible que existan variables ocultas que se acomoden al enfoque cuántico. Como quien dice - corto y bueno -, la Teoría Cuántica es correcta, mi querido profesor Einstein, y Ud., con todo respeto,
 está equivocado en este punto.

Hoy día, incluso paladines de la física clásica tradicional, einsteniana incluso, “racional”, como es el caso del Dr. Martín Gardner, admiten el éxito de John Bell al “derrotar” a Einstein. 
“Bell ha demostrado que no existe ninguna teoría local con variables ocultas que sea consistente con la mecánica cuántica”, afirma. 
Resulta entonces que después de Bell, Aspect y Bohm, entre otros, queda pues científicamente abierta, a toda plenitud, la  posibilidad de la existencia de sistemas de comunicación e información hoy por hoy llamados parapsicológicos, conectados con la biología, el planeta y el medio ambiente todo y el universo y el espacio exterior, además de la mente o conciencia. Estos sistemas incluyen obviamente aspectos de tipo humanístico, estético, especulativo, cabalístico, filosófico, religioso, mítico, diga usted. 
No en vano aseguraba el profesor Einstein, al fin y al cabo un intuitivo como pocos: “No tenemos derecho, desde un punto de vista físico, a negar a priori la posibilidad de la existencia de la telepatía.“
Ya tenemos una entrada en el blog sobre el entrañable profesor Bohm:
 un video que narra una de las muchas conversaciones sobre la conciencia y el funcionamiento del pensamiento que tuvieron él y Krishnamurti. 

 En su honor habrán más.  

FUENTE:  Extracto del libro Pensamiento Cuántico de Gabriel Aramburu