martes, 24 de abril de 2012

Cartas a la Tierra: el crepúsculo perpetuo

Dos veces al año, cerca de los solsticios de invierno y verano, la órbita de la estación espacial queda casi paralela al terminador
 (la línea difusa que separa la noche del día), abajo, en la superficie.

Vista del terminador terrestre desde la EEI



Durante aproximadamente una semana, vivimos en lo que parece ser un crepúsculo perpetuo: no estamos ni a plena luz del día, ni completamente de noche. Nuestra órbita sigue al terminador, por lo que la estación espacial está constantemente iluminada por el sol. 
Desde esta posición puedo ver tanto el día como la noche, con sólo girar la cabeza de izquierda a derecha. Pero la noche no es oscura, y el día se ilumina con rayos solares de pocos grados.
Los accidentes geográficos proyectan largas sombras y confieren contrastes marcados a esas características que suelen pasarse por alto. 
Pequeñas ondulaciones en las dunas de arena que producen estrías de alto contraste en el brillante paisaje del desierto, parecen ser la forma en que la Naturaleza dibuja con su pluma y tinta. 
Pero los accidentes geográficos juegan malas pasadas.
 Primero uno ve al Gran Cañón como si fuera una cicatriz profunda.
En un abrir y cerrar de ojos, ahora es una protuberancia ondulante.
Las tormentas proyectan sombras que parecen provenir de algún nuevo tipo de arma de rayos de luz. Los aviones de pasajeros, con sus rutas que dejan estelas, trazan líneas resplandecientes como senderos 
de caracoles en el rocío de la mañana. 
Los jardines de la Tierra parecen estar plagados 
de caracoles.

La luna se pone de forma anti-intuitiva.
 Desde esta posición se mueve casi paralela al horizonte.
Una vez la vi ponerse lentamente, sólo para reaparecer
unos pocos minutos después. 
La luna estaba visible durante casi toda la órbita.



El lado de la noche es igualmente fascinante.
 El borde de la atmósfera fulgura con un vibrante y eléctrico azul.
 ¿Acaso es una escena de van Gogh?
 Puedo ver al menos cinco, quizá seis, capas distintas de azules;
  tal vez sean una representación visual 
de los estratos atmosféricos clásicos. 
 Apenas pasando el terminador pueden verse proyectados los rayos de luz solares sobre el limbo oscuro de la Tierra.
El aspecto más llamativo de nuestra atmósfera no es la paleta de azules eléctricos, sino su delgadez. Nuestra atmósfera es un velo diáfano,
 delgado, frágil, transparente; y es lo único que nos protege del vacío hostil del espacio. Con demasiada atmósfera, el planeta se ahogaría sofocado. 
Con muy poca, se expondría a la dureza del espacio cósmico.
Mi vista panorámica en la estación me da un etendimiento
cabal de este hecho.


Artículo del astronauta Don Pettit.