Para empezar, consideramos nuestro cuerpo como un objeto material que se puede ver y medir: está compuesto por materia y, por consiguiente, es “real”.
Podríamos definirlo como un objeto que tiene, en un momento dado
de su existencia, una forma y unas dimensiones bien definidas.
Para analizarlo en su totalidad, con la mayor objetividad posible,
voy a parangonar este “objeto” con un edificio de cuatro plantas.
La primera planta está formada por todas aquellas partes de las que podemos tener conciencia directa a través de los órganos de los sentidos; por ejemplo: la nariz, el pelo, el color de los ojos, etc.
En la segunda planta se encuentran todas aquellas de las que no podemos tener conciencia directa; ni las vemos ni las tocamos y, sin embargo, se ha demostrado ampliamente su existencia.
Pongamos como ejemplo las células de la sangre (los glóbulos rojos, los leucocitos y las plaquetas).
Lo normal es que quien se hace una herida pueda detectar un líquido rojo que fluye y aunque no se dé cuenta que hay células circulando (a no ser que disponga de un microscopio) en modo alguno dudará de su existencia.
Hasta aquí todo el mundo está de acuerdo: médicos, biólogos y físicos.
Pero estos últimos, los físicos, han ido más allá en el estudio de la materia, por lo que tenemos que recurrir a sus descubrimientos para examinar las dos plantas que nos quedan; aunque lo haremos utilizando
esquemas más sencillos.
Pasamos a la tercera planta. Puesto que toda materia está formada por átomos, nuestro cuerpo, que es material, también está compuesto por átomos. Que no tengamos conciencia de ellos no quiere decir que no existan.
Finalmente llegamos a la cuarta y última planta.
Ya que los átomos están formados por partículas aún más pequeñas, algunas con “masa” apreciable (masa quiere decir “cantidad de materia”), otras con masa casi insignificante (como los electrones) y otras sin masa (”inmateriales” y/o “partículas virtuales” como los fotones), es lógico deducir que los átomos de nuestro cuerpo tengan el mismo equipo de partículas.
Lo contrario sería impensable e imposible.
En resumen, si troceamos nuestros cuerpos (la materia que los constituye) nos encontramos con los átomos, que representan los “ladrillos” de dicha materia y que a su vez están formados por “ladrillos” aún mas pequeños: las partículas subatómicas y las “partículas virtuales”.
Estas últimas no sólo están en estrecho contacto entre sí, sino que además se intercambian informaciones y se comunican entre ellas
y con el mundo exterior.
Para aclarar mejor lo que pasa en la tercera y cuarta planta del edificio,
al que he comparado con nuestro cuerpo, creo conveniente hacer un esquema del aspecto que tiene un átomo. Por ejemplo, el átomo de nitrógeno, que es uno de los elementos más abundantes en la naturaleza. Según el modelo clásico de Bhor
(sin considerar los subniveles orbitales) tiene este aspecto:
La pelota central es el núcleo y las pelotillas negras que giran alrededor, como si fueran sus satélites, son los electrones.
Las líneas punteadas indican la trayectoria del camino que los electrones recorren a una velocidad cercana a la de la luz.
Hasta aquí seguimos en la “tercera planta”. Vamos a ver qué ocurre en la cuarta y última.
Los electrones, además de girar alrededor del núcleo central, dan vueltas sobre sí mismos como peonzas y cada uno de ellos nos lo podemos imaginar como una “bolsita” repleta de “fotones” (”partículas” de luz).
Los fotones son “partículas” virtuales que no permanecen únicamente dentro de la “bolsita”, sino que emiten y/o absorben unas fuerzas llamadas “ondas” a través de la cuales se intercambian informaciones, aun estando
a una distancia muy considerable de la pelota central.
Cuando un electrón “absorbe” una cantidad de fotones (partículas de luz) salta de su órbita y se desplaza a la más externa; en cambio, cuando “emite” fotones salta a la más cercana al núcleo.
Ahora bien, todo lo que nos rodea, incluyéndonos a nosotros mismos, está formado por un continuum de átomos y por el continuum de dichas partículas subatómicas que hasta hace poco se llamaba “vacío”.
La física clásica considera “vacío” todo el espacio en el que no es posible individuar “partículas materiales”, mientras que la física de vanguardia desecha tal concepción porque afirma que dicho “vacío” no existe.
El “no vacío” está repleto de partículas virtuales que son invisibles e inmedibles y que sin embargo son generadoras de unas fuerzas, o mejor dicho, de unos “campos de fuerzas”, cuya intensidad se puede medir.
Por ejemplo: las “partículas virtuales” denominadas “gravitones”
son responsables de engendrar la fuerza de gravedad.
Los físicos las llamamos “fuerzas débiles” porque admiten que es el resultado de la suma de todas y cada una de ellas lo que produce un efecto en su conjunto extraordinariamente poderoso,
como por ejemplo la gravedad de la Tierra.
He hablado únicamente de los “gravitones” porque a través de ellos me resulta más sencillo explicar el asunto del espacio/tiempo que nos trae de cabeza entender como una única dimensión. Y más aún cuando se nos dice que hay en el universo otros “espacios/tiempos” distintos de aquél que conocemos y que forman otros universos infinitos y paralelos al nuestro.
Si en lugar de hablar de “ondas gravitatorias” (o de gravitones) nos imaginamos este conjunto como un “forro” que rodea la Tierra, podemos pensar en nuestro mundo como si estuviera rodeado por las paredes de
un edificio que limitan sus confines.
Todo lo que contiene se podrá mover única y exclusivamente dentro
de aquellos confines, ya sea por lo que concierne a los desplazamientos de un lugar a otro (espacio) o por el número de experiencias vividas
a lo largo de nuestra vida (tiempo).
Es como si se tratara de un lugar cerrado en el cual sus habitantes comen, trabajan, se desplazan de un cuarto a otro, duermen, etc. y cuando ya han realizado todas estas acciones un cierto número de veces, envejecen
y mueren; dejan de existir en este campo gravitatorio.
Desde luego es impensable que en todo el Universo el espacio/ tiempo sea el mismo que el nuestro. Además, hay planetas con otros volúmenes cuyo “forro” será doblado de diferente forma delimitando otros espacios/tiempos. Por lo tanto, los hipotéticos habitantes de esos lugares es como si llevasen “otro estilo de vida” que a lo mejor no comprenderíamos.
El problema que se plantea con los hallazgos de la física de vanguardia es que no todos los “habitantes” de la Tierra (me refiero videntemente a las partículas subatómicas que constituyen la materia) respetan las leyes de la física clásica; existen “otros” que aparte de no respetarlas, las contradicen.
Y puesto que estos “otros” están aquí y constituyen en su conjunto un “universo” que se compenetra con aquél que nos es habitual, también forman parte de una realidad que nos rodea y que aún desconocemos.
Realidad que, en mi opinión, merece la pena explorar.
Hasta que los científicos no encuentren una teoría que unifique
la discrepancia de comportamiento existente entre las dos clases de realidad (la formada por objetos medibles y la constituida por “objetos” no medibles) y que en su conjunto representan la realidad en la que vivimos, no hay más remedio que aceptar lo que nos han demostrado hasta el momento.
En resumen, las dos clases de “realidad” en las que nos movemos están constituidas, por un lado, de “cosas” que tienen una masa apreciable y que obedecen a unas leyes; y por otro, de “cosas” que se comportan de manera totalmente distinta, como por ejemplo los electrones, los fotones, etc.
Pero dado que las dos realidades coexisten y actúan aquí y ahora, ¿cómo podemos darnos cuenta, es decir, cómo podemos tener conciencia de la “otra” realidad que nos parece “rara” e inverosímil?
Cuando alguien nos cuenta que ha tenido una experiencia “rara”o que ha visto ” una aparición” o cualquier otra cosa que está de moda llamar “experiencia paranormal” o “extrasensorial”, ¿por qué ponerle la etiqueta de mentiroso o de “loco” y calificar las suyas como “alucinaciones”?
Es muy probable que este alguien haya tenido una “expansión” de conciencia, o sea, que el poder de percepción de los órganos de los sentidos se le haya ampliado hasta el punto de poder captar el “otro universo” que se compenetra y coexiste con aquél que consideramos “normal”.
Además, como el poder de percepción de los objetos es variable de persona a persona (como puede serlo la vista, la audición o la capacidad de percibir olores) no hay que extrañarse que algunos tengan la posibilidad de “captar” percepciones que otros no captan.
Actualmente, la física pionera se está interesando por el problema de la conciencia. Nos hallamos en un mar de confusión, porque aunque las tradiciones y las religiones diferencien la parte “espiritual” de la parte “material” en los seres, estas parece que existan en el mismo lugar, aunque con otros nombres, aquellos que les dan los investigadores científicos.
Hoy en día, para nuestra cultura mas bien de carácter racionalista, es más aconsejable hablar de “conjunto de electrones y fotones” que componen
el cuerpo humano en lugar de hablar de “alma” o de “espíritu”, pues tales vocablos horrorizarían a muchos que, aunque creyentes, siguen aferrados
a esquemas científicos obsoletos.
He tomado como ejemplo el cuerpo humano y lo he comparado con un edificio de cuatro plantas. En realidad todas las cosas que nos rodean tienen estos cuatro pisos, lo que pasa es que no nos damos cuenta de este hecho.
El físico Shrodinger intentó explicar lo que acabo de decir con la siguiente paradoja: Encerremos un gato en una caja sin agujeros y privémosle de comida y bebida, de manera que no pueda sustentarse ni respirar,
y dejémosle allí dentro durante tres meses.
Transcurrido este tiempo nos preguntaremos si el gato está vivo o está muerto. Desde luego parece una idiotez, pero no lo es. Shrodinger demuestra por el media de las matemáticas, que el gato está vivo y muerto a la vez. De todas formas, tenemos una única manera de averiguarlo: abrir la caja.
Al hacerlo ponemos al gato en “nuestro espacio/tiempo” normal y desde luego lo vemos muerto, pero como existen “sistemas de espacio/tiempo distintos” al “normal” el gato puede seguir vivo en estos sistemas.
Quiero decir que para nuestra conciencia ordinaria, que necesita ayudarse
de los órganos de los sentidos, está claro que el gato está muerto pero como no podemos alcanzar todas las realidades a través de ellos, el gato sigue vivo en su conjunto de electrones y fotones, o sea, su “alma” sigue viva en otro espacio/ tiempo que igualmente existe aquí con nosotros formando la parte de la realidad que aún desconocemos.
Es sabido que unas de las partículas subatómicas que componen la materia (los electrones) tienen “memoria” y, si pertenecen al mismo conjunto, permanecerán para siempre íntimamente conectadas entre sí (teorema de Bell). Entonces, lo lógico es deducir que también el conjunto de electrones y fotones del gato guardan su memoria individual en una realidad que aún desconocemos. Por supuesto, incluso cuando el gato estaba vivo antes de encerrarlo en la caja, su cuerpo estaba equipado con estas partículas que no obedecían a las leyes de la física clásica.
La otra “clase” de realidad que nos resulta tan “rara” se desliza a veces
en la “nuestra”; por ejemplo, a través de los sueños o de acontecimientos inexplicables .
Pero queda una pregunta: ¿cómo podemos darnos cuenta de esas otras partes de la realidad de las que los científicos han demostrado la existencia? En otras palabras, ¿cómo podemos “ampliar” nuestra conciencia?
Mientras los físicos no resuelvan el problema de la “conciencia”, quizás a través de un sistema de ecuaciones diferenciales, tenemos que recurrir a los medios que están a nuestro alcance. Un medio muy efectivo es nuestro cerebro, que cuando varía la frecuencia de las ondas que emite capta con bastante facilidad todas las informaciones que necesitamos, aunque haga falta “racionalizarlas” o, lo que es lo mismo, comprenderlas.
Llegados a este punto me parece pertinente apuntar una analogía que resulta ser suficientemente lógica como para tenerla en cuenta.
Todos aquellos que lean los libros sagrados, sin los prejuicios y sin el miedo de que lleguen a bloquear el intelecto, pueden comparar el Reino de los Cielos de los cristianos o el Nirvana de los budistas con el
“cuarto piso” de la realidad.
Para nosotros, los occidentales, es más asequible el concepto del “Reino de los Cielos” pues nuestro bagaje cultural ha sido heredado de los egipcios, de los griegos y de los judíos y, por lo tanto, entendemos mejor la filosofía de Jesús de Nazaret que la de Buda o la de Brahma.
Además, según los documentos históricos que han llegado hasta nosotros, entre los que se encuentran los llamados “evangelios canónicos”, y cuya autenticidad parece suficientemente demostrada, Jesús impartió su “teoría” oral y prácticamente a través de los llamados “milagros”.
De manera imilar actúa la ciencia moderna que opera verdaderos “milagros” en muchos campos del conocimiento humano.
Cuando Jesús dice: En la casa de mi Padre (que también es vuestro Padre) hay muchas mansiones, me resulta inevitable establecer una relación con los conjuntos de electrones y fotones (las almas) allí existentes,
en el “jarro aparentemente vacío” del que me habló el catedrático
de física aquella vez, hace muchos años”.