domingo, 1 de abril de 2012

Su mejor intento...


Se inventó una historia. Quería ser el protagonista.
 Dirigir su propio guión y festejar un final feliz. 
Entre los aplausos de su propia imaginación.

Se inventó una nave azul que volara más allá de las galaxias,
 donde los mundos no son mundos. 
O son mundos diferentes. 
Quería llegar al planeta del Principito y sentir el perfume de su rosa única. 
 Y quería tener la sabiduría para poder responder sus preguntas. 

Se inventó un barrilete de alas de mariposa,
 para mirar el mundo desde arriba.
 Quería subir bien alto, a esa distancia mágica en que ya no se ven los defectos mal disimulados de los seres que se creen perfectos. 
Y volar igual que las gaviotas, “libre en el aire, por el aire libre”. 
Porque sabía que nada es imposible.

Se inventó un submarino amarillo para encontrase con Alfonsina,
 entre fosforescentes caballos marinos. 
Y hacer una ronda. Y rescatar poemas. 
Y buscar en las burbujas esos deseos escondidos que no se dicen, 
porque nunca se harán realidad.

Se inventó un nombre. O dos. O tres. 
O tal vez uno para cada día, porque no tenía a nadie que pudiera recordarlo. U olvidarlo. Y quiso ser Amando. 
Y llamarse Gustavo para ser todos o ninguno.
 O ser simplemente Adolfo, como una ensoñación.

Se inventó un pasado de tango, en un arrabal amargo
con tonos de bandoneón.
 Con olvidos y tristezas. Y alegrías pasajeras. 
Y se inventó su futuro.
 Un futuro incierto de mañanas claras, y noches con estrellas, 
y nubes de algodón.
 Y se inventó una vida.
 Y se enredó en la nada.
 Y cayó en un abismo de cosas olvidadas.
 Y se miró al espejo. 
Y confundió su imagen con la de aquel pibe que despertó de un sueño fantástico, donde lo absurdo era lo normal.

Y se miró al espejo… Y ya no estaba ahí…

...

“La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura
 es o no lo más sublime de la inteligencia”.

Edgar Allan Poe