jueves, 24 de mayo de 2012

sobre Jung, Hipócrates y el poliedro humano


“La distinción de los cuatro temperamentos, que hemos tomado de la Antigüedad, apenas puede llamarse tipificación psicológica, desde el momento que los temperamentos casi puede decirse que no son otra cosa que complexiones psicofisiológicas.”

Sin duda Jung se refiere ahí a los cuatro temperamentos que Hipócrates había asociado a los cuatro humores presentes en el organismo, una clasificación que parece menoscabar cuando dice “no son otra cosa que”.
 Llama la atención que lo que él denominó las cuatro funciones de la conciencia (pensar, sentir, percibir, intuir) se correspondan tanto con el predominio de cada uno uno de los valores líquidos del cuerpo que veinticinco siglos antes intuyera Hipócrates.
 Es curioso asimismo que Jung parezca poner en distintos cajones lo físico y lo psíquico (“no son más que complexiones psico-fisiológicas”) cuando él mismo supo sintetizar de un modo tan lúcido lo intangible con lo tangible.
Dado que Hipócrates no disponía de medios tecnológicos para llevar a cabo estudios publicables en ningún Journal de renombre, imaginamos que basó 
su clasificación cuaternaria en todo cuanto le diera de sí la observación
 y la empiria.
 En realidad, basta la observación para darse cuenta de que quien camina lento suele hablar lento, pensar lento, o comer lento (y al contrario).
 O que las personas de mejillas carnosas y blandas (temperamento linfático) suelen ser más glotonas y tener menos fuerza de voluntad que aquellas atléticas y rojizas (aire).
 O que las personas de frente baja sean mucho menos dadas a la objetividad que aquéllas con frente alta. 
O que las manos de dedos largos correlacionen con el amor al detalle y el análisis, mientras que los dedos espatulados y cortos suelan pertenecer a personas con facilidad para sintetizar.
 ¿Observaría Hipócrates todo esto? Quién sabe.
En todo lo que está dotado de vida, la misma nota puede resonar en distintas octavas, cada una puede ser “pulsada” en varios niveles.
Marte es un planeta “rojo”, color que asociamos a la belicidad, el fuego,
 la energía o la voluntad, y por ende al músculo y la fuerza, pero el rojo
 es –casualmente- el color de la sangre. 
Cuando hablamos de fuerza o de voluntad ¿podemos disociar la física
 de la psíquica? 
Cuando hablamos de calor, ¿no es acaso la sangre -y no la linfa- la que aporta calor a la piel? Inflamación viene de flama (lat.) y en griego se llama flegmoní que también viene de flóga (llama). 
No es de extrañar que a nadie se le ocurra pintar la habitación 
del bebé de rojo sino de verde pálido: por instinto y aunque nadie nos lo haya contado, sabemos con una sabiduría ancestral que la frecuencia del color rojo es más alta (es decir, su longitud de onda más baja) que la del verde, y, como está comprobado, aquél exalta la agresividad mientras que el verde propicia la relajación, del mismo modo que sabemos hoy día que ciertos sonidos (los agudos) excitan y otros (los graves) relajan. 
Lo saben bien sobre todo quienes se dedican a la terapia del sonido; 
está comprobado el efecto terapéutico del sonido de ballenas y delfines
 en niños autistas, hiperactivos o con síndrome de Down, como lo sabe también la industria discográfica especializada en músicas para la relajación.

Los distintos “niveles” de que hablaba más arriba, o distintas octavas de la misma nota, se refieren no sólo a distintos niveles de densidad o sutilidad, sino de la expresión perceptible de un mismo tipo de energía. 
En el ejemplo anterior, decir “sangre” es análogo a decir “rojo”, a decir “Do sostenido”, “Marte”, a decir “voluntad”, a decir “Ares”, etc. El sonido audible oscila entre 10 y 1000 Hz y el color a frecuencias 1×10(4). ¿Será el universo una gigantesca gama de frecuencias?

Astronómicamente hablando, Mercurio es el planeta más rápido (por estar más cerca del Sol y ser su elíptica la más corta).
 Las personas mercuriales suelen ser pequeñas, movedizas (aunque no musculadas), hábiles con la palabra y rápidos de reflejos. 
Astrológicamente están representadas por el signo Géminis aunque no es preciso tener ahora ninguna opinión sobre la astrología, dado que también en las profesiones están plasmadas en comerciantes, conferenciantes, escritores y todos cuantos deben manejar el logos para transmitir ideas de un lado 
a otro. Al fin y al cabo, no en vano Hermes era el mensajero de los dioses
 y no su decorador, ¿casualidad?

Ya -dirán ustedes-, los mitos ancestrales provienen de la mera observación del cielo. Pero -les diré yo- ocurre que, en el caso de la astrología, ésta es anterior a los telescopios y a los cálculos de distancias interplanetarias.
 Mucho más antigua, incluso, que el conocimiento de que la Tierra era redonda. Lo llamemos como lo llamemos, el humano mercurial suele tener las manos pequeñas, ágiles y finas del taumaturgo, su piel es rosada y camina rápido (a pasos largos o cortos en función de si predomina, por otra parte, la humedad o la sequedad). 
Decir “Mercurio” o “Hermes” es, por tanto, lo mismo que decir “chakra 5”, 
el que resuena con la garganta, el órgano de la palabra.

El temperamento tierra (que correspondería a la función sensorial de Jung
 y a la bilis amarilla de Hipócrates) suele ser amarillento o terroso, de ojos más bien hundidos, suele caminar lento y, al ser la tierra la conjunción de lo frío y lo seco, en las palmas de sus manos observamos gran número de líneas (debido al mayor grado de sequedad de la piel) las cuales suelen ser poco pronunciadas (por falta de calor).
 Es realista, puntilloso y pragmático y su punto débil en la octava fisiológica son huesos o el intestino delgado, el órgano más pragmático de todos
 como se explica aquí.

Puestas así las cosas, relacionar una nota musical con un color, con un chakra o con un arquetipo parece juego de niños, pero, volviendo al cuatro, lo más curioso es que, bien sean los temperamentos de Hipócrates o bien sean las funciones de Jung el origen de todo este enredo, éstos cuatro tipos fueron divididos posteriormente por el propio Jung en dos sub-tipos que llamó introvertido y extrovertido.
 Estos conceptos de la escuela junguiana llevan a confusión, pues no significan exactamente lo que popularmente entendemos por tales, sino que establecen dos tipos de personalidad en función de si el foco central de la atención se ubica dentro o fuera del Yo, es decir, de si lo más importante para uno es uno mismo (sujeto) o algo/alguien externo (objeto). 
Podríamos decir que el introvertido junguiano es centrípeta y tiende a ajustar el entorno a de sí mismo, y el extrovertido junguiano es centrífugo y tiende a ajustarse a sí mismo al entorno. 
De la combinatoria, pues, entre los cuatro temperamentos o cuatro funciones y los tipos introvertido y extrovertido surgieron los ocho tipos
 de Heymans-Le Senne, clasificación utilizada aún aún por la psicología actual y también por los grafólogos.
 Pero de grafología se hablará en otra ocasión pues, como podían adivinar, 
en la letra también se agazapan el calor y el frío, la humedad y la sequedad.

Somos una malla móvil de posibilidades que se retuerce entre firmas, colores, órganos y puntos corporales débiles o fuertes, fuerzas centrífugas o centrípetas, dioses del Olimpo, sonidos; somos astros y hasta arcanos con conciencia. 
Somos poliedros rodantes de varias caras y todo es según el ángulo desde 
el que se nos mira, de si nos observa el psicólogo o el cromoterapeuta,
 de la octava con que resonemos en cada momento. Y con quién.