El barro delator se queda en su ropa, en las uñas y en el poco cabello,
cuando por apartarlo de la frente, se unta el barro con el dorso de la mano.
El agua, aliada de esta contienda, se lleva la mitad de la tierra al fondo,
la otra mitad lava sus ojos inquietos.
Cada tarde guarda con cuidado las figuras en una caja hecha con juncos
y eneas que crecen a la orilla del río.
No hay prisa, él es aún muy niño y el mundo que construye
sólo le hará falta cuando sea un hombre.
A los constructores de ilusiones nadie los avala,
a los hacedores de sueños tampoco,
a los niños que ensayan una vida nueva, menos aún.
Ya se que dirán que es imposible que entre la luz por las ventanas de barro, imposible que de sus árboles de barro se recojan frutos,
que a sus plazas y calles de barro no llegarán los gorriones.
Le dirán que alumbra poco su sol de barro.
¿Qué sentido tienen las flores de barro? dirán.
Cosas de niños.
Con sus manos de hombre siguió modelando auroras,
parceló el mar, sembró amigos, borró palabras del diccionario,
abrió la cárcel de las mariposas…
Crecieron los vientos y los años hasta que su mundo de barro
se le escapó de las manos.
Hoy vive rodeado de escombros del ayer y algunas veces,
como si retirara el flequillo, se unta de recuerdos la frente y se le escapan
los sueños a la par que las lágrimas.
No, hoy no lo dejan jugar con barro.