En los Montes Altai, en el magnífico valle elevado de Uimon, un venerable Viejo Creyente (starover) me dijo:
— "Te demostraré que el relato sobre los Chud.
los habitantes subterráneos, no es una fantasía.
Te conduciré hasta la entrada del reino subterráneo."
—En el camino a través del valle rodeado de montañas nevadas, nuestro anfitrión nos contó muchos relatos sobre los Chud.
Es notable que "Chud", en ruso, tenca el mismo origen
que la palabra "maravilla".
De modo que quizá podamos considerar a los Chud una tribu maravillosa.
Mi guía barbado contó cómo "una vez, en este fértil valle, vivió y floreció
la poderosa tribu Chud. Sabían cómo explorar el terreno en busca de minerales y cómo segar la mejor cosecha.
Esta tribu era muy pacífica e industriosa.
Pero entonces vino un Zar Blanco con hordas innumerables de guerreros crueles. Los pacíficos e industriosos Chud no pudieron resistir los ataques
de los conquistadores y, no queriendo perder su libertad, permanecieron como siervos del Zar Blanco.
Entonces, por primera vez, comenzó a crecer un abedul blanco en esta región. De acuerdo con las profecías, los Chud supieron que era el momento de su partida. Y los Chud, no queriendo permanecer sometidos al Zar Blanco, se marcharon bajo la tierra.
Sólo a veces se puede oír cantar al pueblo sagrado; ahora sus campanas resuenan en los templos subterráneos.
Pero llegará el glorioso momento de la purificación humana, y en esos días,
los grandes Chud volverán a aparecer en toda su gloria."
De esta manera concluyó el Viejo Creyente.
Nos aproximamos a una baja colina rocosa.
Con orgullo me enseñó:
— "Aquí estamos. He aquí la entrada del gran reino subterráneo.
Cuando los Chud entraron en el pasaje subterráneo, cerraron la entrada con piedras. Ahora nos encontramos junto a esta sagrada entrada."
Estábamos delante de una enorme tumba rodeada de piedras grandes, tan típicas del período de las grandes migraciones.
Vimos estas tumbas, con los bellos restos de reliquias góticas, en las estepas de la Rusia meridional, a los pies de las colinas del Caúcaso septentrional.
Al estudiar esta colina, recordé que durante nuestro cruce del paso
del Karakorum, mi guía, que provenía de Ladak me había preguntado:
— «¿Sabe por qué hay una meseta tan peculiar aquí?
¿Sabe que en las cuevas subterráneas de aquí hay muchos tesoros ocultos y que en ellas vive una maravillosa tribu que aborrece los pecados de la tierra?»
Y nuevamente, cuando nos acercamos a Khotán, los cascos de nuestros caballos sonaban huecos, como si cabalgáramos sobre cuevas o vacíos.
La gente de nuestra caravana atrajo nuestra atención hacia ello, diciendo:
— «¿0ís qué pasajes subterráneos estamos cruzando?
A través de estos pasajes, aquellos que los conocen bien pueden
llegar a tierras lejanas."
—
Cuando vimos entradas de cuevas, los hombres de nuestra caravana nos dijeron:
— «Hace mucho tiempo, había personas que vivían allí;
ahora se han ido al interior.
Han encontrado un pasaje subterráneo que conduce al reino subterráneo.
Solo en raras oportunidades aparecen algunos de ellos otra vez sobre la tierra. Estas personas llegan a nuestro bazar con dinero extraño, muy antiguo,
pero nadie sería capaz de recordar la época en que ese dinero se usó aquí.»
Les pregunté si también nosotros podríamos ver a estas personas.
Y ellos respondieron:
— «Sí, si vuestros pensamientos son igual de elevados y están en contacto con este pueblo sagrado, pues en la tierra sólo hay pecadores y las personas puras y valerosas pasan a algo más bello.»
Grande es la creencia en el Reino del pueblo subterráneo.
A lo largo de toda Asia, a través de los desiertos, desde el Pacífico hasta
los Urales, se puede oír el mismo relato maravilloso del pueblo
sagrado desaparecido.
Y aún más allá de los Montes Urales, podrá oírse el eco del mismo relato. Muchas veces, se oye hablar sobre las tribus subterráneas.
En ocasiones, se dice que un pueblo sagrado invisible vive detrás de una montaña. Unas veces, se expanden sobre la tierra gases venenosos
o vitalizantes, para proteger a alguien.
Otras, se oye cómo se mueven las arenas del gran desierto y revelan,
por un instante, tesoros de las entradas de reinos subterráneos y que bellísimas princesas en una época ocuparon estos castillos naturales.
Desde la distancia se puede tomar estas aberturas por nidos de águilas, pero todo lo que pertenece al pueblo subterráneo está oculto.
A veces, la Ciudad Sagrada está sumergida, como en el folklore de los Países Bajos y Suiza. Y existen folklores que coinciden con verdaderos descubrimientos en los lagos y a lo largo de las costas del mar.
En Siberia, en Rusia, Lituania y Polonia, hay muchas leyendas y cuentos fantásticos de gigantes que vivieron en otras épocas en estos países pero que después, al no gustarles las nuevas costumbres, desaparecieron.
En estas leyendas, se puede reconocer los orígenes específicos de los antiguos clanes. Los gigantes son hermanos.
Con mucha frecuencia, las hermanas de los gigantes viven en las otras orillas de los lagos o del otro lado de las montañas.
Muchas veces no les gusta moverse del sitio pero algún acontecimiento especial les obliga a irse de su morada patrimonial.
Cerca de estos gigantes siempre hay aves y animales; como testigos,
los siguen y anuncian su partida.