Si algo parece caracterizar al ser humano y distinguirlo del resto de animales es la consciencia de sí mismo. A lo largo de los siglos la consciencia de nosotros mismos ha definido nuestras vidas y, a pesar de ello, la naturaleza cualitativa, privada y subjetiva de esa experiencia se resistía a ser tratada por el método científico. De hecho, la consciencia permaneció durante buena parte de la existencia del ser humano sobre la Tierra como territorio vedado para teólogos, charlatanes y filósofos, que atribuyeron su origen a la existencia de distintos tipos de almas y la correspondiente variedad de divinidades, sin que, obviamente, hubiese ninguna prueba de sus afirmaciones más allá de la propia existencia de la consciencia.
Sólo en el último tercio del siglo XX se ha abordado el estudio de la consciencia desde un punto de vista realmente científico. Estamos ante la consciencia estudiándose a sí misma, enfrentándose a lo que se llama el “problema difícil”: por qué y cómo los procesos físicos o fisiológicos dan lugar a la consciencia.
Cuando se aborda una discusión sobre la consciencia como un todo, rápidamente se llega a un estado caótico debido a la cantidad de perspectivas y matices que intervienen y a lo genérico de la cuestión. Y es que el problema de la consciencia es más que encontrar la base neurológica, qué regiones del encéfalo son críticas para que exista consciencia. Esbozamos a continuación todas las facetas del problema, aquellas cuestiones previas que hay que responder antes de que podamos decir que comprendemos realmente el origen de la consciencia.
· Base neurológica
Esta es la gran cuestión a la que muchos terminan reduciendo el problema. Nos hemos acostumbrado a escuchar que si tal región del encéfalo se encarga de la visión, que si tal otra se ocupa de la memoria y aquella otra del lenguaje, que se nos olvida que ningún área del encéfalo se ocupa exclusivamente de nada y que el encéfalo tiene mecanismos de compensación, dentro de un orden, para el caso de que alguno de los especialistas falle. Por tanto el planteamiento de la cuestión no es, ni puede ser, en qué parte del encéfalo reside la consciencia sino ¿cuál o cuáles son las regiones del encéfalo críticas para la existencia de la consciencia? En términos matemáticos diríamos aquellas cuya intervención es necesaria aunque no sea suficiente.
Hoy día se considera que existen dos áreas encefálicas implicadas, algunas redes neuronales concretas del córtex y el tálamo. Unas serían importantes para determinar el nivel de consciencia (para entendernos, la diferencia entre despertarse y dormir sin soñar) mientras que otras darían forma al contenido consciente, esto es, a las características cualitativas de una experiencia dada. En todo caso la investigación ha establecido mayormente correlaciones, por lo tanto aún no hay causalidades establecidas con firmeza.
En la actualidad buena parte de la investigación en este campo se centra en la participación de los lóbulos frontales y sobre todo en la importancia del flujo de información entre regiones más que en la actividad per se.
· Mecanismos de la anestesia
Una de las formas evidentes de estudiar un fenómeno es ver qué pasa cuando hacemos que desaparezca o, visto de otra manera, qué hemos de hacer para que desaparezca de forma controlada. Esto es lo que logra la anestesia: una pérdida controlada de la consciencia.
Cada vez hay más datos que apuntan a que la anestesia actúa desintegrando (rompiendo la integración) del funcionamiento de las distintas regiones encefálicas, es decir, más interrumpiendo comunicaciones que apagando áreas. Un punto crítico es comprender hasta qué punto la inconsciencia generada por la anestesia es similar a otros estados de inconsciencia, como el sueño o el coma.
· El Yo
Todas nuestras experiencias parecen estar asociadas a la del Yo. Pero el fenómeno de la identidad es muy complejo: abarca una visión del mundo en primera persona, un sentimiento de propiedad de nuestro cuerpo, de nuestras acciones y pensamientos, percibir nuestro estado fisiológico interno y, por supuesto, la narración que nos contamos a nosotros mismos sobre nuestras experiencias pasadas, presentes alternativos y futuros imaginados.
Se sabe que estas diferentes características dependen de diferentes mecanismos encefálicos y que pueden ser manipuladas experimentalmente; así, por ejemplo, se pueden inducir experiencias de estar “fuera del cuerpo”. Cuanto más se comprenda cómo la neurobiología construye el Yo, mejor entenderemos y podremos tratar las enfermedades psiquiátricas que implican una destrucción total o parcial del Yo, como la esquizofrenia.
· Violación y libre albedrío
Si bien la discusión sobre la existencia del libre albedrío tienen muchos flecos filosóficos, de lo que no hay duda es que todos experimentamos que somos la causa de nuestras acciones y el origen de nuestras intenciones. Desde hace unos treinta años que empezó a estudiarse neurocientíficamente este asunto, en concreto las ideas de volición (querer hacer algo) y agencia (ser el causante de algo), los datos se han ido acumulando hasta el punto de que el consenso general rechaza que la volición cause acciones explícitamente; más bien implica una red neuronal concreta que media en las decisiones abiertas y complejas entre diferentes acciones.
· Función de la consciencia
Hoy sabemos que muchas funciones cognitivas no necesitan de la consciencia. Podemos percibir objetos, tomar decisiones, e incluso realizar acciones aparentemente voluntarias sin que la consciencia intervenga. Una posibilidad es que la consciencia simplemente integre información. Si esto fuese así, cada una de nuestras experiencias descarta una cantidad enorme de posibilidades alternativas y, al hacerlo, paradójicamente, genera una cantidad de información increíblemente grande.
· Narración de la experiencia consciente
La inmensa mayoría de los datos sobre la consciencia dependen de informaciones subjetivas, por ejemplo cuando decimos que vemos (conscientemente). Un debate permanente en los estudios sobre la consciencia es si nos estamos perdiendo algo por este método, en otras palabras, si lo que experimentamos desborda nuestra capacidad para relatarlo. Las pruebas indican que esto podría ser así. Estas pruebas podrían ayudar a hacer una distinción muy importante pero, a la vez, muy sutil entre los mecanismos cerebrales de la consciencia misma y los mecanismos implicados en la capacidad para relatar lo que experimentamos de forma consciente.
· Consciencia en otro animales
Los mamíferos compartimos mucha de la base neurológica que en principio es importante para la consciencia humana, por lo que parece razonable pensar que los animales también podrían ser conscientes en distintos grados, aunque no nos lo puedan decir. A pesar de esta similaridad, es poco probable que la consciencia animal implique un Yo en el mismo sentido que la humana. Fuera de los mamíferos es mucho más difícil opinar. Sin embargo, los pájaros y los cefalópodos son buenos candidatos a tener alguna forma de consciencia: son increíblemente inteligentes y tienen cerebros sorprendentemente complejos.
· Estado vegetativo
Las personas que han sufrido daño cerebral severo entran en un estado que sugiere que están despiertos pero que no son conscientes.
En algunos casos muy concretos los escánares cerebrales habrían indicado que estos pacientes podrían estar conscientes. Una mejor comprensión de las bases de la consciencia podría mejorar estos métodos no sólo para el diagnóstico
y el tratamiento, también para comprender mejor el propio estado consciente.
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