domingo, 19 de agosto de 2012

2 + 2 = 5, esa fue la respuesta.


La Señorita Gómez era muy cascarrabias; la más cascarrabias de todos los profesores del colegio, y, si me apuran, del mundo entero. 
Tanto que todos sus alumnos le temblaban, y no había niño en sus clases de matemáticas, por muy revoltoso que fuera, (Marcos incluído), que no permaneciera mudo durante todo el tiempo y con los ojos abiertos como platillos volantes, con la mirada siempre atenta a los movimientos
 de la tiza en la pizarra.
Aquella mañana Marcos se hizo pequeño en su pupítere,
 como siempre que la Señorita Gómez se dirigía a él.
- Marcos, ¿cuánto suman 2 + 2?
En circunstancias normales Marcos se hubiera apresurado a responder que 4, temeroso y con un hilo de voz, sin atreverse siquiera a mirar a los ojos de la Señorita Gómez. 
Pero esta vez el tono de la Señorita resultaba más inquisitorial que nunca, 
su mirada más perforadora que nunca, y su gesto más agrio que nunca. 
Marcos se encogió en su pupitre más que nunca, sintió que un taladro gigante hacía estragos en su barriga, más que nunca, y notó cómo su cara enrojecía más que nunca. En fin, que más asustado y nervioso que nunca, se le cruzaron los cables, y de su boca, en lugar del esperado 4 salió un 5.
El 5 más tembloroso que jamás haya salido de boca humana,
 pero un 5 al fin y al cabo.
Toda la clase se estremeció, empezando por los niños, continuando por lápices y cuadernos, siguiendo por los pupíteres, pasando por el escritorio, prosiguiendo por las mochilas de los muchachos, por el pizarrón, por los murales del corcho, por los pastelitos del almuerzo, y terminado en los tubos fluorescentes del techo. Hasta el apuntador, de haber estado presente, hubiera hecho silencio. Una corriente hasta ese momento desconocida comenzó a expandirse por el aula, y traspasando suelo, paredes y puerta, avanzó a toda velocidad por los pasillos de la planta, inundando a su paso el resto de las clases, y llegando a las escaleras centrales, desde las que conquistó, 
en sentido ascendente y descendente, todo el edificio, incluído patio de recreo, baños, gimnasio, e incluso el despacho del Director.
En menos de dos minutos ante la puerta de la clase de la Señorita Gómez se agolpaban todos los profesores y alumnos del colegio. Hubo codazos, pisotones, y lesiones de escasa importancia (tampoco hay que exagerar) por intentar ver, a través del pequeño hueco de cristal, lo que allí dentro 
estaba sucediendo.
Y ocurrió que la Señorita Gómez, poniendo los ojos en blanco, alzó los brazos 
y la cara, y, entrando en trance, exclamó:
- ¡Gracias, Dios mío, gracias! ¡Sabía que este día llegaría y te estaré eternamente agradecida porque por fin está aquí! 
Ya puedo descansar tranquila.
Dicho esto, y con los ojos ya medio en blanco medio con las pupilas en su sitio, se dirigió a su mesa, se sentó parsimoniosa en su silla, y se dirigió a la clase.
Su voz sonó como un coro angelical entonando villancicos 
en la mismísima misa de Gallo:
- Alumnos, ya lo han escuchado. 2 y 2 suman 5.
Y permítanme añadir, aunque estemos en clase de matemáticas
 y no de literatura,
que, como dijo Shakespeare, de lo que tengo miedo es de tu miedo.