"Del Padre Pío se ha escrito: «El Padre Pío es un hombre hecho oración;
es la definición que mejor le corresponde, como al Seráfico Padre»;
y fueron muchos los que aprendieron de él la difícil e importante enseñanza
de la oración.
El Padre Pío oraba para prepararse a la Santa Misa y para dar gracias después de celebrarla; oraba para encontrarse con Dios: «En el estudio de los libros se busca a Dios, en la meditación se le encuentra», solía repetir; oraba para contemplar la vida y, sobre todo, la muerte de Cristo: «El alma cristiana no deja pasar un solo día sin meditar la pasión de Jesucristo», escribió en sus cartas de dirección espiritual; oraba buscando alivio en sus continuos sufrimientos: «El mejor consuelo es el que viene de la oración», aconsejaba desde su experiencia personal de cada día; oraba para comprar las almas para Dios: «O le perdonas o bórrame del libro de la vida», gritaba a su Dios cuando había tenido que negar la absolución a algún penitente; oraba para implorar de Dios las gracias que le suplicaban sus devotos: «Mis oraciones, que tú me pides con insistencia, no te faltan nunca, porque no puedo olvidarme de ti que me costaste tantos sacrificios», escribía a uno de sus hijos espirituales; oraba, con devoción especial, para felicitar e invocar a la Virgen María, sobre todo con el rezo del rosario, que era su oración preferida y al que llamaba su «arma»... Se puede decir que orar fue la vocación del Padre Pío: «Yo quiero ser sólo un pobre hermano que ora», confesó en cierta ocasión.
El Padre Pío fue un buen maestro de oración. Invitó a orar: «Ora con constancia, con confianza y con la mente tranquila y serena»; enseñó los frutos de la oración: «La oración es la mejor arma, es la llave que abre el corazón de Dios»; aconsejó la oración insistente «ya que la insistencia pone de manifiesto la fe»; oró, durante muchos años, a mediodía y al atardecer, con los miles de peregrinos que llegaban cada día al Santuario de Nuestra Señora de las Gracias de San Giovanni Rotondo; y, para secundar las llamadas a la oración del Papa Pío XII, promovió, a partir del año 1947, los «Grupos de Oración»,
a los que contempló como «un ejército de orantes, de personas que fueran “levadura” en el mundo con la fuerza de la oración» y encomendó la misión de ser «faros de luz y de amor en el mundo».
Muy pronto se extendieron por Italia y por los cinco continentes; y tuvieron
la suerte de que fueran para ellos la última Misa y la última bendición
del Padre Pío, el día 22 de septiembre de 1968, pocas horas antes de su muerte, durante el Congreso Internacional que celebraban
en San Giovanni Rotondo".