En particular, todos compartimos la noción de que dentro de cada persona se esconde otra persona, que llamamos el “yo”, y que piensa y siente por nosotros: toma nuestras decisiones y hace planes que después aprueba o rechaza.
Esto se parece mucho a lo que Daniel Dennett llama el Teatro Cartesiano
– la quimera universal de que en alguna parte en lo profundo de la mente hay un lugar especial donde todos los sucesos mentales convergen finalmente para ser experimentados -.
En este sentido, el resto de nuestro cerebro – todos los mecanismos
del lenguaje, el control motriz – son meros accesorios que el “yo” encuentra convenientes para sus propósitos ocultos.
David Hume lo dijo ya hace algunos siglos.
No hay ninguna evidencia a favor de un “lugar” donde todas nuestras experiencias se encuentren “unificadas”.
Cuando estoy hablando con alguien ocurren varios procesos:
por un lado veo una imagen (la cara de mi interlocutor) y, por el otro, escucho unos sonidos (su voz), luego proceso todo eso mediante un montón de sistemas cerebrales: traducir e interpretar los sonidos en unidades con significado dentro de un entorno social muy específico, comprender las señales faciales o gestuales que nos envía, elaborar una respuesta lingüística, mover los músculos necesarios para mantener mi postura corporal y ejecutar sonidos articulados, etc. .
Toda esta complejísima miríada de procesos ocurren a la vez pero,
¿quién me dice que hay una “entidad mental”, un “espacio” en el que todo esto ocurre a la vez de forma que un nuevo espectador percibe todo
y actúa unitariamente?
Esta es una idea obviamente absurda, porque no explica nada.
Entonces, ¿por qué es tan popular?
Respuesta: ¡precisamente porque no explica nada!
Eso es lo que la hace ser tan útil para la vida diaria.
Uno puede dejar de preguntarse por qué hace lo que hace
y por qué siente lo que siente.
Por arte de magia, nos exime de la responsabilidad y el deseo de comprender cómo tomamos nuestras decisiones. Uno simplemente dice “yo decido” y transfiere toda la responsabilidad a su imaginario ego interno.
El “yo” parece la última respuesta, la causa última que “explica” todas nuestras decisiones y creencias, la base de mi libertad, mi historia, mi auténtica esencia. Pero, ¿qué podemos explicar a través de esa instancia?
¿Hacia dónde podemos seguir pensando contando con ella?
Cuando en un juicio le preguntan al presunto culpable por qué ha cometido el crimen, si el dice “porque yo lo quise, fue mi decisión”, bastará para declararlo culpable sin más pesquisas.
El concepto de “yo” es una vía muerta de investigación.
Presumiblemente, cada persona adquiere esta idea en la infancia, a partir de la maravillosa percepción de que uno mismo es otra persona, muy semejante a las que ve a su alrededor.
Lo positivo de esta percepción es que profundamente útil cuando se trata de predecir lo que uno, uno mismo, va a hacer,
a partir de la experiencia de los otros.
Efectivamente, si decimos que el “yo” es una ilusión hay que explicar el por qué de esa ilusión, qué función podría desempeñar. Y aquí la tenemos: función predictiva de la conducta de los otros.
Si yo creo que dentro de mí hay otra persona (ese homúnculo de Dennett) que se comporta como cualquier otra, puedo predecir el comportamiento de los otros observando esa persona dentro de mí. Ya hablamos de eso aquí:
la autoconsciencia podría ser nada más que inventar “otro yo”
para saber que harán los otros.
El problema es que el concepto del yo individual se convierte en un obstáculo para el desarrollo de ideas más profundas cuando verdaderamente se necesitan mejores explicaciones. Entonces, cuando fallan nuestros modelos internos, nos vemos forzados a mirar a cualquier otra parte en busca de ayuda o consejo.
Es entonces cuando acudimos a los padres, los amigos o los psicólogos, o recurrimos a algún libro de autoayuda, o caemos en las manos de esos tipos que pretenden poseer poderes psíquicos.
Nos vemos formados a buscar fuera de nosotros, porque el mito del yo individual no da cuenta de lo que pasa cuando una persona experimenta conflictos, confusiones, sentimientos entremezclados – o lo que pasa cuando gozamos
o sufrimos, cuando nos sentimos confiados o inseguros, o depresivos o eufóricos,
o cuando algo nos repugna o nos atrae -.
No nos da ninguna idea de por qué unas veces podemos resolver los problemas y otras tenemos dificultades para comprender las cosas.
No explica la naturaleza de las relaciones intelectuales o emocionales,
o ni siquiera establece la relación entre ambas categorías.
vonneumannmachine